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Sol y sombra

Dos pruebas del algodón

La peligrosa banalización de la política: Iglesias y Rufián

Lo peor de la política es su extrema banalización. El diputado Rufián, portando las esposas en el Hemiciclo para resumir la represión del Estado, es el ejemplo de que lo que no se banaliza se trivializa. En su caso se trivializa la opresión y también la libertad, confundiendo el culo y las témporas, porque la prueba mayor de que España no es el país que el pueril e insufrible Rufián quiere representar poniéndose las esposas de pulserita es precisamente la facilidad que tiene para hacerlo y bromear acerca de ello. Por todo lo que escenifica, este personaje en busca de sus minutos de gloria merecería que la realidad fuese para él diferente a la que de manera ridícula pinta. Pero para ello, afortunadamente, tendría que vivir en otro lugar, en uno de esos paraísos de libertad que tanto le gustan y comparte con Pablo Iglesias.

El caso de Iglesias es todavía peor porque de su cerebro se esperaba algo menos de desintegración. Sabemos lo que pretende, pero tanta evidencia mostrenca ha terminado por hacerlo vulnerable hasta el punto de protagonizar la caída vertiginosa de su partido en las encuestas. La prueba de que sus enajenaciones mentales sobre los "presos políticos" son parte de una farsa indocumentada y contraproducente para el prestigio democrático de este país y la credibilidad en la separación de poderes es cómo desfilan estos días ante los jueces los dirigentes del Partido Popular imputados en causas de corrupción. No son presos políticos aun habiéndose dedicado a la político, sino políticos presos o en riesgo de serlo por haber delinquido. De una manera, además, infinitamente menos dañina para los intereses del conjunto, que la de los políticos sediciosos de la tropelía catalana con los que Iglesias se ha asociado.

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