El Gobierno de Venezuela ha expresado su rechazo por el recibimiento en España al exalcalde de Caracas Antonio Ledezma, tras escapar de su arresto domiciliario. Ledezma ha dicho: "Los presos políticos no se fugan, se liberan a sí mismos". El caso de Ledezma, acusado de conspiración por oponerse a un régimen que ha cambiado las reglas del juego para aniquilar a sus adversarios, define perfectamente la diferencia que existe entre un preso político de un estado opresor y un político preso por delinquir en una democracia. Se trata de la simple y llana realidad que se niegan a entender y transfiguran a diario Puigdemont y Pablo Iglesias, entre otras figuras del calvario nacional que sufrimos por parte del independentismo y sus compinches de la izquierda populista.
Oponerse a un Gobierno no es lo mismo que violar las leyes y perpetrar desde las instituciones un golpe de estado contra la unidad territorial. Hasta un niño podría asimilarlo, pero Iglesias no. A Puigdemont y su secta no les interesa hacerlo, por eso aseguran que el Estado español es capaz de cualquier cosa con tal de detener el anhelo soberanista. Defender el independentismo en España no es delito y criticar a Rajoy, tampoco. Pero sí lo es en Venezuela reaccionar protestando en las calles contra Maduro, mientras este desteje las garantías constitucionales y atenta contra los derechos humanos y las libertades fundamentales de su pueblo. Iglesias confunde la tolerancia con la impunidad, para él los promotores de un golpe de Estado son presos políticos y los presos políticos en Venezuela, como sucede con Ledezma, simples instigadores de la violencia. Si su circunstancia fuera otra y viviese en la cárcel tropical que tanto admira ya lo hubieran enchironado por elogiar a quienes agreden a agentes de la Policía y por aplaudir al miembro de su partido que la emprendió a puñetazos con un rival. Pronto, si no lo ha hecho ya, pedirá la extradición del prófugo Ledezma mientras defiende a Puigdemont en su escapada.
