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Joaquín Rábago

Lengua franca o imposición de un modelo de sociedad

El creciente dominio del inglés

Primero fue Halloween, ahora la estupidez del Black Friday. ¿Terminaremos también comiendo todos pavo en Thanksgiving en homenaje a la colonización inglesa de Norteamérica?

Se habla del inglés como la nueva lengua franca, pero hay una diferencia: el latín sirvió para la difusión de los conocimientos en una Europa donde aún no se habían consolidado los estados y el saber estaba sobre todo en los monasterios. El inglés es hoy el idioma más utilizado, imprescindible en la difusión científica, pero sirve también a otro objetivo menos noble como es la imposición de un modelo de sociedad. Un modo de vida profundamente individualista, consumista y en definitiva egoísta, disfrazado de libertad de elección, que sus ideólogos presentan siempre como el bien supremo.

Nuestros liberales a la violeta llevan tiempo impulsando el bilingüismo en las escuelas, pero "bilingüismo" es para ellos enseñanza únicamente en inglés.

El filósofo y economista belga Philippe Van Parijs, que no es, sin embargo, uno de esos liberales, defiende a su vez el inglés desde otro punto de vista: el de la justicia. En su libro "Justicia para Europa y el Mundo", editado por la Universidad de Oxford, sostiene que sólo si todos hablan inglés podrá garantizarse una justicia cooperativa y distributiva además del respeto del individuo. Cuando se garantice a todos la enseñanza del inglés, podrán participar en igualdad de condiciones en las decisiones políticas y defender en ese idioma sus intereses y sus derechos.

Van Parijs parece querer limitar el uso de otras lenguas casi al propio territorio, como ocurre con el flamenco, en su Bélgica natal. La desaparición progresiva de las lenguas minoritarias le parece un fenómeno natural e inevitable a ese darwinista lingüístico.

De la opinión opuesta es el profesor alemán de románicas Jürgen Trabant. En su libro "Globalesisch oder Was", ed. C.H. Beck, critica la confusión entre "bilingüismo" y la enseñanza sólo del inglés. Porque cada lengua es un instrumento cognitivo para entender el mundo, fruto de la experiencia de un sinnúmero de generaciones, cuya pérdida nos hará más pobres a todos. Igual que nos lamentamos de la desaparición de tantas especies de animales o de plantas, deberíamos preocuparnos también de la pérdida de cualquiera de las lenguas que hoy se hablan en el mundo, más de seis mil.

Por lo que se refiere a las reconocidas como oficiales en las instituciones europeas, Trabant ha calculado que el servicio de traducción a todas ellas nos cuesta a cada europeo dos euros y 28 céntimos. ¿No vale la pena cuidar esa riqueza? Algo que muchas veces no parecen hacer en Bruselas y otras capitales unos políticos que tanto presumen de patriotismo por los motivos equivocados.

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