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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Falacias, intereses, buenrollismo, ceguera

Las apelaciones a la negociación y el diálogo entre izquierda y derecha, independentistas y constitucionalistas...

Abro LA NUEVA ESPAÑA. Ana Teixidor, especialista en yihadismo, periodista en la Televisión Pública Catalana: "En la cuestión catalana, los políticos tienen que negociar; los elegimos para que se entiendan". He ahí una burda falsedad. Primordialmente, los votantes depositan su papeleta para que los suyos no se contaminen con los otros. No hay más que observar que, como norma, el partido pequeño que apoya al gobernante sufre una merma espectacular en sus votantes. O, de forma más general, constatar que los votantes de izquierda no prestan nunca su apoyo a los de derechas, y viceversa. ¿Razón? Porque, con escasas excepciones, el individuo piensa que entre ambas orillas existe un abismo infranqueable, y, por lo tanto, no caben concesiones a la otra parte ni diálogo con ella. Y aun si su partido recibe el apoyo gratuito de otro, ese apoyo es recibido de mala gana y, desde luego, sin agradecimiento.

Pero no nos engañemos, ese tipo de afirmaciones -no sé si en concreto las de doña Ana- no son un error con respecto a la evidencia de la realidad, constituyen una falacia: lo que se quiere decir es que la obligación de los demás es ponerse de acuerdo con los de uno. Eso serían, como para los dos millones de votos que apoyan a los separatistas, el diálogo y el entendimiento. "Quien no llegue a acuerdos (esto es, quien no se allegue a mi posición) no es dialogante". He ahí el valor instrumental de la proposición: situar en el terreno de lo intransigente y autoritario al otro, al que no transige.

A propósito de falacias, la más notable de estos últimos años es la del "derecho a decidir", no sólo porque bajo su apariencia casi inocua esconde su significado real, el "derecho a la independencia una vez emitido, en su caso, el voto afirmativo", sino porque la misma aceptación de su enunciado implica la aceptación de que el actor del voto, la comunidad que ejerce ese derecho, es ya independiente en potencia, tiene esa capacidad de serlo aun antes de que se le conceda formalmente el derecho a ejercerlo. En otros términos, si una entidad territorial puede ejercer el derecho de votar sobre su independencia es que los demás reconocen que es ya una entidad potencialmente soberana y, por tanto, distinta, otra que aquella en que está inserta temporalmente.

Volvamos al diálogo. Ha sido uno de los conceptos más agitados en estos tiempos por todos, partidos, empresarios, comentaristas políticos. Todo el mundo pide que se dialogue. Pero háganse ustedes una pregunta: ¿conocen siquiera a una persona que haya puesto otra palabra al lado de "diálogo"? ¿Sobre qué hay que dialogar? ¿Cuáles son los límites del diálogo? ¿O es que se puede llegar a cualquier acuerdo, no importa el que sea, y todos son buenos? Nadie, siempre el término desnudo. Aquí, para unos, el vocablo constituye una falacia que quiere que el otro se avenga a sus posiciones, sin concesión alguna, y trata de manchar al que no como intransigente y autoritario. Para otros, sin embargo, esa utilización de la palabra es otra cosa, una forma de buenrollismo, que lo hace parecer a uno educado, inteligente y negociador, pero que evita, al tiempo, y es ahí su principal función, comprometerse con nada, mojarse en ninguna dirección. Por cierto, lo de la "solución política" no es más que un sinónimo fáctico de "diálogo": una falacia para unos, ganas de quedar bien con todos y no mojarse, arronchar, para otros. De "trampas saduceas" calificaría estos conceptos, así usados, Torcuato Fernández Miranda.

Por cierto, aviso a los asturianinos que secundan con entusiasmo las reformas que se pregonan en la dirección de modificar la Constitución en un sentido plurinacional o federal: primero, Asturies nunca será un ente autónomo o "de primera" en esa España federal o plurinacional, no será más que un miembro más de la España de las autonomías, un rabo de Castilla y del Estado central, llámese como se llame éste; segundo: esas modificaciones conllevarán que los ricos de esas naciones de primera paguen menos impuestos y que, en consecuencia, el dinero para nuestra sanidad, nuestra enseñanza, nuestra pensiones nuestras inversiones, baje.

Que una cosa son las ensoñaciones y los discursos, y otra la realidad.

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