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Profesor de la Universidad de Oviedo

Investigación universitaria en administración de empresas

Crece el número de autores célebres, incluidos premios Nobel, que critican el actual sistema de publicaciones científicas

El reciente informe de los rectores sobre la universidad española 2015-2016 muestra un crecimiento sostenido de las publicaciones científicas entre los años 2004 y 2016, pasando de representar el 2,8% de las publicaciones de todo el mundo en el año 2000 al 3,3% en 2016. Además los artículos publicados dentro del 25% de las revistas de más prestigio han pasado del 45% del total en 2005 al 53% en 2015, todo lo cual en principio parece una buena noticia, pero sólo en principio.

Están creciendo los autores célebres, incluidos premios Nobel, que critican el actual sistema de publicaciones científicas. En efecto, el sistema es manifiestamente mejorable, si bien no parece interesar tal mejora ni a las revistas ni a la mayoría de los autores, muchos de los cuales parecen mirar por encima del hombro con aire de superioridad a quienes no quieren entrar en este juego.

Resumamos cómo funciona el sistema. El autor o autores elaboran un trabajo que envían a una revista de su especialidad, la cual revisa el trabajo y, si de entrada lo acepta, lo pasa a dos o más revisores que lo estudian y dan su opinión (revisión por pares), que puede ser: totalmente favorable a su publicación, favorable condicionada a ciertos cambios y rechazo. Numerosos investigadores han demostrado en cientos de ocasiones el carácter destructivo del sistema de revisión por pares (Idriss Aberkane, "Libera tu Cerebro", Planeta, 2016). Dicho sistema "es ineficaz, una lotería en gran medida, una rémora para la innovación, supone malgastar el tiempo de los científicos, no logra sus objetivos, está sujeto a excesos, tiene inclinación a sesgos cognitivos y por último es incapaz de detectar fraudes". ("The worst piece of peer-review I ever received: Six academics share their experiences before delivering a verdict on the system", "Times Higher Educations", 6-8-2015).

Al menos en el campo de administración de empresas, ni siquiera se admite a consideración un trabajo que no haga referencia detallada a las aportaciones anteriores sobre el tema propuesto, por lo que los autores dedican buena parte de su tiempo a esta tarea, cometiendo así un evidente sesgo de confirmación, al no citar o haciéndolo mínimamente los trabajos que puedan contradecir su estudio.

Como los deseos de publicar en revistas científicas son muy superiores a las posibilidades de hacerlo, éstas están obligadas a seleccionar entre lo recibido (en gestión de empresas aproximadamente se rechaza el 90% de lo recibido). La cuestión es con qué criterio se rechaza. Supuestamente con el de calidad, pero esto no es verdad, como han demostrado múltiples experimentos que se han hecho enviando artículos basura por autores de gran reputación, que han sido finalmente publicados solo debido al buen nombre del autor. Otra forma perversa de seleccionar artículos es por afinidad del autor con el equipo editorial.

En la década de los 90 dos autores publicaron en una revista de renombre un sistema denominado Activity Based Costing que trataba de salvar los errores producidos hasta entonces al calcular el coste de producción. Este sistema ha dado lugar a cientos de artículos en revistas de primera línea, a pesar de que muchos críticos dijimos que no resolvía nada y que además tenía problemas importantes. Hace unos pocos años los autores del propio sistema reconocieron que la enorme complejidad del mismo lo hacía inviable en la mayoría de las empresas pues los ordenadores habituales no tenían suficiente potencia de cálculo como para aplicarlo y diseñaron otro sistema también muy laborioso que además es muy fácil de superar. ¿Cómo es posible que se publicasen tantos artículos en revistas de prestigio sobre una herramienta más bien inútil? ¿Es esto una excepción o es más bien una regla? En todo el mundo hay miles de profesores universitarios estudiando y publicando sobre temas de gestión de empresas. Consideremos sólo los últimos 30 años: ¿cuántos descubrimientos, comprobaciones y contrastaciones realmente válidas se han hecho en los varios millones de artículos publicados en un campo tan concreto y acotado como la administración de empresas?

Esto nos lleva a otra cuestión ¿coinciden los intereses de los autores con los de la ciencia? Pues no. Los autores publican para obtener méritos. En España hay un sistema dañino para la ciencia denominado coloquialmente sexenios, que consiste en presentar a evaluación cinco trabajos científicos cada seis años y si se supera la evaluación se recibe un complemento de sueldo y de mérito, pudiendo éste último servir, por ejemplo, para poder acceder a una cátedra. Este sistema ha aumentado el número de publicaciones como se ve en el párrafo inicial, si bien para lograr este objetivo hubiese sido mucho más eficaz (en torno al triple) penalizar al profesor que no logre una evaluación de sexenio positiva. Los autores que entran en esta dinámica de los sexenios (la mayoría) miran por sus propios y legítimos intereses. Para la ciencia sería mucho mejor un sistema que no fuese competitivo sino colaborativo, en el que predominasen las aportaciones multidisciplinares, en el que el que no se buscase publicar cinco o más artículos de cierto supuesto nivel cada seis años, sino uno cada varios años, pero que fuese realmente útil. La ciencia necesita más entusiasmo desinteresado y menos cazadores de sexenios.

Los polvos anteriores generan algunos lodos nada deseables. Imagínense una empresa con un jefe de producción que se jubila y que por tanto debe nombrar sustituto. Evalúa los posibles candidatos y observa que hay tres que son adecuados. ¿Alguien piensa que nombraría a los tres en lugar de uno solo como sería lo lógico? Por supuesto que nadie pensaría tal cosa. En cambio en la universidad se nombraría a los tres, entre otras cosas porque quien paga no es el que decide. Así, no es raro que se doten plazas de catedrático en contra de las necesidades y de las propias normas internas de la universidad, sólo para premiar los méritos logrados de los candidatos, sin considerar el coste que supone. ¡Qué buenos somos con nuestros profesores que les damos lo que quieren! Los catedráticos tienen la misma capacidad y competencias para investigar que los profesores titulares, pero son más caros, generan más conflictos, más mangoneos y más disfuncionalidades, es decir, en gran parte de los casos son peores para la universidad. No es casualidad que por ejemplo en química analítica Alemania el pasado año no superase los 50 catedráticos mientras que España con la mitad de población tenía 160.

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