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Economista

La aldea en la era digital

La necesidad de que el Principado impulse la llegada de la banda ancha a todo el mundo rural

En agosto de 1988, la Comisión Europea enviaba al Consejo y al Parlamento una Comunicación titulada "El futuro del mundo rural" en la que se emplazaba a la sociedad europea a hacer frente al desafío rural, pues este espacio en Europa estaba sometido desde hacía décadas a mutaciones profundas y el equilibrio entre sus diferentes funciones (producción de alimentos y de paisajes) se había hecho frágil. Frente a esta evolución, la Comisión recomendaba la promoción de un desarrollo rural -término utilizado entonces por primera vez en el marco de la Política Agraria Común- que mantuviese un enfoque basado en tres preocupaciones fundamentales: a) la cohesión económica y social en el marco de una acentuada diversidad regional; b) el reajuste inevitable de la agricultura europea a las realidades de los mercados; y c) la protección del medio ambiente y la conservación del patrimonio natural de la Unión Europea.

Han transcurrido ya tres décadas desde la publicación de aquel documento comunitario y parece pertinente preguntarse cuál ha sido la evolución que ha experimentado el mundo rural asturiano en este periodo. De forma muy esquemática -y, por tanto, con el riesgo del marginar algunos hechos- puede señalarse que los principales cambios en ese periodo han estado protagonizados por nuestra incorporación en 1985 al ámbito de la Unión Europea y el intenso proceso de reestructuración que ha experimentado la producción de leche en Asturias a partir de esa fecha y que ha tenido como resultado un sector lechero regional con una reducción espectacular del número de explotaciones, pasando de las más de 32.000 existentes en 1987 a superar ligeramente las 1.500 explotaciones en la actualidad. Este cambio tan drástico en el número de explotaciones ha venido acompañado por un incremento muy notable del tamaño de las mismas: la entrega media de leche por explotación, que en 1987 era de tan sólo 18.000 litros anuales, se multiplicó por casi quince con respecto a lo que sucedía treinta años atrás, superando hoy en día ampliamente los 200.000 litros anuales. Por otra parte, esta modernización del sector ha supuesto, asimismo, cambios importantes en la localización de la producción, siendo en estos momentos los concejos del Occidente, especialmente Tineo y la franja costera a partir de Valdés, los que concentran los mayores niveles de producción de leche. En paralelo, se ha producido un fuerte incremento de la cabaña ganadera de carne, especialmente en los concejos de montaña, pero con presencia en todo el territorio regional. Por otra parte, el censo de ovino y caprino, a pesar de las condiciones orográficas favorables, ha seguido descendiendo, pues las 78.000 cabezas actuales están muy lejos del medio millón que había a mediados del siglo XIX en Asturias.

A pesar de estos cambios, la agricultura asturiana sigue siendo básicamente ganadera, pues la presencia de los cultivos agrarios no destinados a la alimentación animal tienen un escaso peso en la producción agraria regional, más allá de las nuevas plantaciones de manzana para sidra y sobre todo de la presencia del cultivo del kiwi en ciertas zonas muy concretas de Asturias. Por otra parte, el sector forestal sigue siendo marginal en el valor añadido agrario asturiano, con una baja rentabilidad en la producción de madera y con un problema pendiente de asignación de los derechos de propiedad en las grandes superficies que ocupan los genéricamente denominados "montes comunales" y que sigue limitando sus posibilidades de desarrollo.

En resumen, y a pesar de los problemas pendientes, como es la escasa base territorial de la mayor parte de las explotaciones, desde el punto de vista productivo el sector agrario asturiano -y especialmente su componente lechero- ha experimentado un incremento muy fuerte en sus niveles de productividad, lo que se ha traducido en un notable aumento de la renta por ocupado y, sin embargo, en nuestras aldeas cada vez hay menos vecinos y los que quedan son en su gran mayoría de edad avanzada.

En este sentido, baste recordar que los veintidós concejos que constituyen la Zona Central y que ocupan el 20 de la superficie regional, concentraban en 1900 el 40 por ciento de la población asturiana, actualmente su peso relativo se ha duplicado: ya significan más del 80 por ciento de los habitantes. Es decir, que hoy en día el 80 por ciento del territorio sólo alberga a menos del 20 por ciento de los asturianos. A lo largo del siglo XX no sólo se produjo una fuerte emigración desde las zonas rurales hacia el centro de la región, sino que a la vez se generó un proceso de abandono de los pueblos -que se enmascara cuando se manejan cifras a nivel de municipio- hacia las villas, capitales del concejo, y que se puede visualizar mediante el dato siguiente: en el año 1900 la gente que poblaba las aldeas y pueblos de Asturias representaba el 81 por ciento de la población, mientras que esta ratio tan sólo alcanzaba el 32 por ciento a principios de siglo XXI.

El modelo de poblamiento disperso que caracteriza a las zonas rurales asturianas, en donde la aldea constituyó durante siglos la principal unidad de producción, dificulta y encarece sobremanera la provisión tradicional de servicios públicos a una población de edad avanzada. A este respecto, si tenemos presente que Asturias es una de las regiones más envejecida de España, existen concejos, como Caso, Belmonte, Somiedo y Yernes y Tameza, en los que el índice de envejecimiento supera en más de cuatro veces la ratio regional, y por ejemplo Illano, el más envejecido de la región, presenta un índice seis veces superior al de la media.

Por tanto, nos enfrentamos a un grave problema de muy difícil solución y que si no se cambia radicalmente nuestro particular paradigma regional de desarrollo -muy anclado y mediatizado por nuestro pasado industrial tan ligado al carbón y al acero- nos conducirá inevitablemente en no más de dos décadas a un desierto demográfico de la mayor parte de Asturias y a un territorio con altos niveles de erosión, y en donde el verde dejará paso al marrón de los campos abandonados, que hoy ya vemos por muchas partes. La sociedad asturiana debería ser muy consciente de que su tradicional cuidador gratuito del paisaje, el Campesino, es actualmente la principal especie en extinción.

No se trata ni de la aldea global de la que nos hablaba el visionario Marshall McLuhan en los años sesenta, ni tampoco de reivindicar la "aldea perdida" descrita por Armando Palacio Valdés, sino de ver qué futuro pueden tener nuestras numerosas y dispersas aldeas: en Asturias hay más de 6.000 entidades de población que tienen menos de 100 habitantes. Probablemente gran parte de ellas desaparecerán en los próximos años, y ante ello caben dos alternativas: una, dejar que el paso del tiempo haga su labor de demolición, o bien poner en marcha una Estrategia de Defensa de la Aldea que permita delimitar las perspectivas de futuro de estos núcleos tomando como referencia una gran base de datos que incluya los perfiles físicos y demográficos de las 857 parroquias que hay en Asturias. La informática y la gran cantidad de información estadística regional acumulada permiten diseñar en nuestra región medidas políticas de discriminación positiva a nivel de parroquia, pues no es justo que, por ejemplo, en el concejo de Castropol, la parroquia costera de Barres reciba las mismas indemnizaciones compensatorias que la de Balmonte, que está situada en la montaña, y este es un fenómeno que se repite en las muchas y diversas Asturias de las que nos hablaba José Ortega y Gasset en 1915, y que frecuentemente se tratan de simplificar identificando, si más matices, zonas rurales y sector agrario, olvidando que éste se asienta en un territorio en donde hay rasas costeras, valles interiores y zonas de alta montaña con problemáticas muy diferentes.

La revolución digital que nos acompaña desde hace más de dos décadas -en los años noventa se hablaba de las autopistas de la información y en Asturias aún se sigue hablando sobre todo de las de cemento, mientras que en muchas aldeas todavía ni siquiera pueden aspirar a "caleyas de la información"- permite plantearse nuevas estrategias, políticas y procesos de desarrollo. Pero ello implica, como señalaba hace ya dos décadas el Nobel en economía, Joseph Stiglitz, que los principios claves de una estrategia regional de desarrollo se deben fundamentar en una nueva visión de Asturias a largo plazo que implique una profunda transformación de nuestra forma pensar y hacia formas "modernas" de los métodos de producción y de tratar la salud y la educación.

En definitiva, se debe abandonar la característica de las sociedades tradicionales de aceptar el mundo tal como es y pasar a aprovechar las grandes posibilidades que genera la tecnología actual, pues si bien la revolución industrial implicó, entre otras muchas cosas, que el crecimiento precisaba concentrar a la gente en las ciudades y de la existencia de economías de aglomeración, las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones permiten hoy en día que desde cualquier lugar un persona con un reducido capital pueda fabricar mediante la impresión en 3D productos que se vendan en los mercados mundiales mediante una tienda online, para ello solamente precisa de una buena idea, el acceso a banda ancha y la existencia de una buena logística.

Más allá de las políticas pasivas para combatir el declive demográfico, el futuro de nuestras aldeas pasa ineludiblemente por no repetir el error que se cometió en su día con la energía eléctrica, que retrasó durante años la implantación de una red de frío y la consiguiente modernización de las explotaciones lecheras. Si queremos dotar a las aldeas de un futuro y de abrir la posibilidad de "localizar industrias" para convertirlas en un nuevo distrito tecnológico, como ya recomendaba en 1774 mi admirado Campomanes, hay que garantizar, como condición necesaria, su acceso a la banda ancha en condiciones y precios similares a las zonas urbanas. Pues bien, igual que se creó en los años ochenta la Agencia de Electrificación Rural, el Gobierno regional debería de poner en marcha de forma urgente medidas para garantizar ese acceso a la Asturias rural, pues las tecnologías de cable llegan a las villas y no a las aldeas. Las tecnologías sin cables 4G/5G están disponibles y los convenios con las operadoras supongo que serán posibles, al igual que lo fueron en su día los convenios para dotar de red telefónica a los pueblos más alejados.

El acceso a banda ancha es el principal catalizador, por supuesto que no es el único, para que lo aldeano deje de ser sinónimo de atraso y de que nuestras zonas rurales puedan abordar procesos de diversificación económica más allá de la actividad agraria y que con ello se generen atractivos para nuevos y jóvenes pobladores. Si esta medida se llevase a cabo, no sería algo imposible que en el futuro una empresa abriese -en Dinamarca pude comprobar que ya lo hacían en los años ochenta- un centro de investigación allá por las tierras del Chao Revoqueira en Los Oscos. La tecnología ya está aquí, ahora falta la política.

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