La discusión de los Presupuestos del Principado, el arma en teoría más poderosa para cambiar Asturias y la ley más importante que les toca aprobar cada año a los diputados de la Junta, ha acabado por convertirse en las últimas legislaturas en un toma y daca anodino como pocos, sin sustancia y previsible. Con tantos procesos electorales por el medio y estrategias interesadas de los partidos, la norma de la que depende la orientación política de la región y la distribución de sus recursos es otra excusa para hacer campaña y no para contribuir a mejorar la vida de los asturianos, su verdadera finalidad. Las cuentas en trámite para el próximo mandato vuelven a ser un ejercicio de subsistencia, sin ambición alguna.

¿Los asturianos deben entregarse a su suerte, claudicar definitivamente y asumir que la región y la autonomía no dan para más? ¿El Principado carece de recursos para enderezar el rumbo, de margen suficiente para utilizarlos porque la mayor parte del gasto ya está comprometida de antemano en partidas fijas o de ideas valiosas y transformadoras? Las preguntas resultan pertinentes ante la presentación esta semana de los Presupuestos. El proyecto no incluye propuestas llamativas, ni siquiera novedosas.

La impostura oportunista y demagógica en que ha degenerado la política indica que, contengan lo que contengan, las cuentas no convencen nunca a la oposición y ahora, además, también a algunos compañeros de militancia porque, como ya sentenció Churchill, para el grupo que gobierna los adversarios están sentados enfrente, pero los enemigos, detrás, en la bancada propia.

Los Presupuestos de 2018 son rutinarios, para seguir tirando. Para la permanencia y la conservación de las cosas sin una dirección clara. Estamos ante las primeras cuentas poscrisis, las de la vuelta a la expansión. Los 4.485 millones de euros de su montante significan retornar al nivel de cuando la burbuja estalló. ¿Y qué queda tras el aceite de ricino de la purga? Más endeudamiento: no acabamos de liquidar los débitos anteriores y ya contraemos compromisos nuevos. Más desembolso por los préstamos anteriores. Mayor gasto en funcionamiento y salarios públicos. Incremento exponencial de las partidas sociales. Menor inversión que en 2010.

La deuda bruta de Asturias rondaba los 800 millones de euros. Hoy alcanza los 4.000 millones. Un goteo incesante la ha disparado para sostener los servicios esenciales durante la recesión, cuando los ingresos ordinarios se desplomaron y no alcanzaban para financiarlos. El salario social, que empezó en 2007 con 18,7 millones, cerrará diciembre por encima de los 120 millones. La Universidad funciona con 10 millones de euros más de lo que cuestan los subsidios cuando sólo existe una manera eficaz de ayudar a los desfavorecidos: multiplicar la actividad.

El capítulo de inversiones asemeja un reparto de pedreas, regando aquí y allá. Que el acceso a polígonos acabados hace tiempo, muchos vacíos, constituya una de las prioridades en infraestructuras revela la inaudita forma de ejecutar planes, empezando siempre la casa por el tejado, autovías sin enlaces o suelo industrial y estaciones de esquí sin electricidad.

Y, en fin, del paripé de negociación en el que ahora andan sumidos los grupos parlamentarios, todos alcanzamos a pronosticar el desenlace sin necesidad de una pitonisa. Los nuevos rectores del PSOE, no es no, jamás tolerarán acercarse al PP para buscar el refrendo. A Podemos no le agrada aparecer ante su militancia sacando las castañas del fuego a los socialistas. IU mide los tiempos, una de cal, otra de arena, para no quedar fagocitada. Tácticas puras y duras, para desembocar en una prórroga, en las que las preocupaciones de los ciudadanos cuentan lo justo.

Asturias figura a la cola de gran parte de los indicadores económicos del país, excepto el de la renta per cápita, dopado artificialmente por las jubilaciones. Pan para hoy y hambre para mañana, pues las merecidas pensiones de quienes dedicaron su vida al trabajo no constituyen un activo económico productivo y llevan camino de sufrir horas bajas. La Seguridad Social enciende las luces de alarma.

Ser asturiano o vivir aquí no implica una condena a la postración o al adormecimiento, sino lo contrario. Las gentes de esta tierra han dado sobradas muestras de talento para superar las adversidades y conquistar las metas que se propongan. Quizá, forzadas por las circunstancias, desarrollaron esas facultades con intensidad antes fuera que en casa.

Hay pues mucho que arreglar y rectificar en la comunidad, medidas que promover para salir del pozo. Aunque el Presupuesto del Principado posea una capacidad limitada, constituye la única herramienta de la que dispone Asturias para intervenir en su propia realidad. Urge tomar conciencia de esta evidencia de Perogrullo. Los asturianos, con sus dirigentes a la cabeza, tendrán que agarrar las riendas de su destino, con lo mucho o lo poco que reúnan, porque ni llueve maná del cielo, ni nadie vendrá corriendo en su auxilio.