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Camilo José Cela Conde

Orden

Madrid impone el sentido único de circulación para los peatones

Confiaba yo en que el orden y el progreso, los emblemas del Estado brasileño, terminarían por surgir como programa político y eh aquí que ya los tenemos con nosotros gracias a una iniciativa puesta en marcha por la alcaldesa madrileña Carmena con motivo de los líos de la Navidad. Sabido es que las fiestas destinadas en un principio a celebrar el nacimiento de Cristo terminan derivando en el caos y el desenfreno y eso no puede tolerarse. Así que el ayuntamiento de la capital del reino ha decidido poner coto a los desmadres ciudadanos imponiendo un sentido único de circulación en las dos principales calles que desembocan en la Puerta del Sol: Preciados y Carmen. Pero no para los vehículos, que sería algo trivial e impropio de un consistorio progresista. Para los peatones.

La polémica que se generó en Madrid nada más hacerse públicas las intenciones municipales fue de tal calibre que tuvo que salir a los foros la portavoz Rita Maestre a precisar que no se obligaría a la gente a ir en fila india, todos hacia el mismo sitio; el orden en la circulación de los peatones se establecería sólo en las entradas (y salidas) de las calles elegidas.

Qué lástima que las revoluciones se queden en tan poco; le ha pasado lo mismo al procés soberanista. Te levantas un día con la república en marcha y resulta que no, que era una broma, que pelillos a la mar y viva el artículo 155, a ver si me dejan volver a casa por Navidad. Ni siquiera habrá que hacerlo desfilando, como en la película de dibujos de Pink Floyd sobre los ladrillos y el muro. Al cabo, los peatones del centro de Madrid podrán darse la vuelta, e incluso andar unos metros en sentido contrario, sin que les caiga encima el peso de la ley. Quizá por la dificultad de imponer la norma porque, habida cuenta de lo levantiscos y desafiantes que son los madrileños -no en vano les llaman gatos-, iba a ser necesario poner un guardia municipal para cada dos o tres peatones y parece que no se disponía ni de fuerzas del orden ni de lugar en el que meterlas. Así que los amantes de la imposición absoluta, ilustrada o no, tendremos que contener el rugido de tripas cada vez que un paseante, en puro desprecio de las virtudes castrenses municipales, desordene la hermosura de unas calles en las que se diría que tiene lugar un desfile de los de la Plaza Roja, todos a una y con el paso de oca ensayado.

Aunque nunca cabe perder la esperanza. Controlar la entrada de la calle es un primer paso hacia medidas más extendidas y necesarias. El paseo, primero; vendrán luego, digo yo, las inspecciones de altura acerca del pensamiento y la palabra que, ya se sabe, son los orígenes de todos los males. Comenzamos acostumbrando a la gente a que obedezca al salir del portal a la calle, girando en el sentido obligatorio, y luego vendrá el darle un capón y llamarle fascista a todo aquél que no siga el sendero obligado de las ideas reglamentarias. Que incluyen el imponer las reglas en nombre de la democracia y la libertad.

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