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Abogado

Un ballo in maschera

El proceloso mar de la política, sus usos y costumbres, y las cualidades que se han de manejar para poder navegar por él sin grandes contratiempos

Cuenta el escritor, periodista y director del New Yorker, David Remnick, en su magistral libro sobre Barack Obama, "El Puente" (2010), qué ante las quejas de éste por las despiadadas arremetidas de su rival demócrata, Hillary Clinton, durante un debate celebrado en aquellas durísimas primarias del año 2008, la veterana política respondió, recurriendo a aquella célebre frase del ex presidente Truman: "El que no aguante el calor, que salga de la cocina". Y es que, ciertamente, la política partidista siempre ha sido una práctica de alto riesgo. Lo primero, que has de saber, estimado lector, si algún día decides adentrarte en el proceloso mar de la política, es que allí no vas a encontrar amigos; a lo sumo, hallarás "compañeros de viaje", que te acompañarán en una parte de tu singladura. Porque, tengámoslo claro, la política no es, ni más ni menos, que una profesión, y como tal, no es tarea para aficionados; no en vano, ya nos aseguraba Epicarmo, en el siglo V a.c., que la esencia de la sabiduría está en "no confiar demasiado."

Es recurrente, a la hora de describir el juego político, acudir a la figura de un Gran Circo, donde lo que realmente cuenta es la imagen pública en medios de comunicación y redes sociales, frente a los reales y verdaderos intereses de los votantes. Nos hallaríamos así ante una suerte de teatro de máscaras, donde las alianzas son frágiles y las lealtades, tanto personales como políticas, mutables, en aras del único y último objetivo de alcanzar el poder y mantenerse en él. Se trata de una simplificación y como tal, tiene, indudablemente, mucho de verdad y también algo de exageración. Si algo he aprendido en los años que llevo moviéndome por los aledaños de la política, es a no subestimar nunca y bajo ningún concepto, al político "de raza". Y ello, porque si bien, se trata de un espécimen escaso en la fauna política, una vez te topas con uno lo reconoces a la legua. A decir verdad, los "usos y costumbres", han cambiado mucho en la política de este medio siglo, y el animal político, con su innata capacidad para adaptarse al medio, ha comprendido que debe variar su comportamiento, si quiere sobrevivir y vencer en tan hostil ecosistema. Se requiere, pues, una cierta dosis de populismo, una capacidad innata para otear, en cada momento, por dónde van los intereses y las preocupaciones del público, y se precisa, sobre todo, una capacidad de mimetismo, rayana en lo camaleónico, para que los votantes te vean, en cada momento, como uno de ellos, y puedas ganarte el derecho, sí, el derecho, a ser escuchado. Y eso, amigo mío, requiere de una enorme autodisciplina; y tiene mucho de instinto natural. Es el arte de aprovechar las oportunidades, de ganarse la confianza de los votantes, de conectar de forma intuitiva con ellos; algo que está al alcance de muy pocos.

En el "Commentariolum petitionis", un delicioso opúsculo que muchos consideran el primer manual de campaña política de la historia, Quinto Cicerón se dirige a su hermano mayor, el orador, político y escritor Marco Tulio Cicerón, dándole una serie de consejos de cara a las elecciones al consulado a las que aquel se presentaba, en dura pugna con los otros dos candidatos, Marco Antonio y Lucio Sergio Catilina. Así, señala Quinto qué a la hora de conducirse frente a las masas, se precisa: "Buena memoria para los nombres, amabilidad, presencia en la calle, trato liberal, publicidad correcta y una buena imagen política", ya que, como señala el ilustre tribuno: "Son las apariencias y las buenas palabras, y no el verdadero provecho, las que encandilan a la gente". Vemos, pues, que más de dos mil años después, las cosas no han cambiado tanto.

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