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Archivera-bibliotecaria de la Junta General del Principado

Un tiempo de luz y solidaridad

El inicio del solsticio de invierno

Luces, fiestas, reuniones, comercio, música. Se desata la vitalidad para celebrar la Navidad. Es el solsticio de invierno vestido de hermosas creencias religiosas arraigadas entre tradiciones paganas. Tiempo de jolgorio añoranzas y reencuentros. Promesas de vida nueva; el niño que nace transformando la realidad oscura en nueva luz. Fin del ciclo de la noche que lentamente abre paso al día.

Entre todas las fechas navideñas el 25 de diciembre es la más significativa, por situar el nacimiento de Jesús, que, "pobre entre los pobres", nos redimirá. Algunos pueblos, que no acogieron el calendario gregoriano la celebrarán más tarde, pero la idea es la misma: el fin de lo gastado, el renacer de la nueva vida. Cestas solidarias en los supermercados, lápices, recogida de ropa, de juguetes. ONGs prestas a reclamarnos apoyo extra. Prestigiosos cocineros empleando su oficio en "comidas solidarias". Todo parece concitar buenos deseos y sentimientos.

Aunque un tanto descreídos, todavía mantenemos tradiciones, a la vez que adoptamos otras nuevas importadas fruto de una mercadotecnia interesada. A los belenes, a los Reyes Magos se suman los Papá Noël, los Santa Claus o San Nicolás, y sacamos del armario o inventamos otros propios como el Anguleru de aquí.

Son los dos solsticios del año fechas que marcaron el ritmo vital en el pasado, más dependiente de los naturales elementos que nuestro presente. Y a ellos se acomodaron las señas religiosas tan significativas a nivel histórico, junto con el calendario festivo particular de cada comunidad o lugar. San Juan y Navidad, puertas respectivamente del verano y del invierno, año partido en dos, fueron citas obligadas en celebraciones y públicos menesteres. Rentas oficiales y privadas, o tributos, era habitual se devengasen en dos plazos a saber coincidiendo con las fechas referidas. Y era a fines de año, todavía más, cuando tocaba hacer balance para empezar el año con las cuentas claras. Y, en parte, así seguimos. Debatiendo presupuestos para el nuevo año.

Yendo al pasado, era común que las rentas se cobraran en dos veces también. Y que en Navidad se le entregaran presentes a los propietarios, dueños de señoríos, en son de pleitesía disfrazada de gratitud. También era tiempo de reclamar deudas, grandes y chicas. Las instituciones cobraban los arriendos de los contratistas de impuestos. Pero también los asalariados veían en estas fechas oportunidad para pedir justicia. Demandaba el impresor del Principado a la histórica Junta General un salario que le adeudaba desde hacía año y medio, cuando debía habérsele abonado "en cada un año en dos pagas por mitad San Juan y Navidad? Suplica a la Diputazión que, en atenzión a que era sudor y trabajo personal, y se allaba cargado de hijos y familia" le dieran lo debido en "reberenzia del Nazimiento de nuestro Redentor" (diciembre de 1695). Unos años después encontramos la reclamación del escribano (1698) o la del portero (1700) por circunstancias similares; o las deudas vencidas "por la Natividad de Nuestro Redemptor" que el obispado quiere cobrar.

Además de asuntos tales como los citados, caridad, piedad, compasión, o lo que es lo mismo, apelación a la solidaridad, estaban en el trasfondo de las colectas de limosnas para dar calor a los desfavorecidos, realizadas desde la Iglesia, desde la cofradía "de Santa Eulalia" o desde la propia Junta. En carta del rey ordena se provea de lo necesario a los hospitales y albergues, "se cuyde de los pobres peregrinos y enfermos y se les aga el abrigo y caridad que como a tales se les deve" (1700). Y toda esa preocupación, que se extendía a otras fechas, porque la beneficencia no era exclusiva de esta, se extremaba en Navidad.

Es muy improbable que en los pueblos, villas y aún en la capital pequeña de la Asturias de fines del XVII hubiera festejos navideños que pudieran recordarnos aún de lejos los actuales. Sin embargo para ciertos acontecimientos y celebraciones las casas y calles se engalanaban de velas o pendones, repicaban las campanas, eran frecuentes los adornos de ramos verdes, arquitecturas simples y efímeras, que duraban lo que las fiestas.

En el siglo XIII consta que San Francisco de Asís montó el primer Belén con pesebre de la historia para sus fieles pobres. Esa tradición la continuaron los franciscanos y otras órdenes religiosas, pasando a ser motivo de atracción y participación popular en los oficios religiosos. Luego, importada desde Nápoles por Carlos III, la costumbre de los belenes artísticos fue adoptada por todos, empezando por los de arriba. Además de "adornos", los villancicos, tan viejos y tan nuestros, fueron adoptados desde el "siglo XVI por las autoridades eclesiásticas que comenzaron a promoverlos como medida evangelizadora" utilizando la música y la letra en la lengua de cada pueblo especialmente en Navidad. Los árboles y la adoración a la "madre naturaleza" son costumbres arraigadas desde milenios, asumidas por los predicadores de los pueblos nórdicos. La excepcionalidad alegre de la Navidad se adobaba con comidas, dulces y bebidas, cada uno según sus posibilidades; el chocolate desde el XVII fue una delicia buscada.

Pueblos precristianos celebraron el solsticio de invierno con festejos diversos por el cambio significativo que representaba de triunfo de la luz sobre la oscuridad; los romanos y sus "saturnales" las continuaron. La Navidad forma parte de ese telar de la historia tejido por la sucesión de creencias; una suma de experiencias.

Haya paz y perduren los buenos deseos. Que sea cierto el refrán: "Si en lunes es Navidad, riquezas has de hallar".

[Citas basadas en: "Actas Históricas de la Junta General". Tomos IX y X (en prensa) y Raquel Barceló Quintal (2007), "Una historia de larga duración: la Navidad" (acceso libre)].

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