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andres montes

La desconfianza de los jueces

Las inocultables intenciones y modos - del soberanismo

La justicia no ayuda a la política. Que la denuncia de los jueces como instrumento gubernamental, un lugar común en el catecismo soberanista, es muy cuestionable quedó ayer de nuevo en evidencia con la resolución, previsible, del Supremo de mantener en prisión a Oriol Junqueras. Su libertad era la amenaza de una ruptura que acabaría con la falsa unidad de unas fuerzas vinculadas sólo por la causa mayor de la independencia. Junqueras en la calle actuaría como el disolvente potencial de los 70 diputados del secesionismo, disgregados en los 36 de JxCat, los 34 de ERC y los 4 de la CUP. Curándose en salud, JxCat anunció mucho antes de que se conociera el auto de la Sala de lo Penal del Supremo que su único candidato a presidir la Generalitat es Puigdemont, descartando el plan B del exvicepresidente que el diputado Rufián puso sobre la mesa, con la rotundidad de su estilo, a las puertas mismas del alto tribunal.

Seguir en la cárcel de Esfremera volatiliza cualquier opción, por lejana que fuera, del exvicepresident de convertirse en president. Junqueras no resulta creíble para los jueces. Es una desconfianza que brota de la sustancial diferencia entre dos lenguajes, el de la política, mudable y que sustituye sin complejos el rigor por la oportunidad, y el del derecho, que trata de construir certidumbres a partir de evidencias que no se volatilicen en un cambio de coyuntura. Desde esta última perspectiva no caben, por ejemplo, esas 70 declaraciones que los diputados independentistas presentarán en los próximos días en el Parlament prometiendo o jurando respeto a la Constitución y al Estatut para adquirir la condición de miembros de la Cámara. Sus hechos y sus palabras demuestran que son manifestaciones vacías, carentes de toda convicción. Hay evidencias de que persisten los propósitos y los modos, visibles en la propuesta de un cambio express del reglamento para que Puidegmont pueda ser investido en Bruselas. Por ello los jueces no se fían ni aunque vean postrarse ante ellos a quien se autoproclama beatífico "hombre de paz".

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