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Sol y sombra

Tiempo de contrastes

Daniel Barenboim, además de un músico extraordinario, es un inteligente hombre malhumorado que, como sucede con algunas personas sensibles, pierde los estribos cuando obsesivamente le faltan al respeto. No todos los seres humanos son estoicos hasta el punto de hacer de su sensibilidad una fortaleza inexpugnable.

El director de orquesta argentino-israelí ofreció el domingo en Oviedo su homenaje como pianista a Debussy, un compositor de inspiración onírica que revolucionó la música occidental con escalas tonales desconocidas hasta el momento. La música de Debussy, como sucede con tantas otras de este mundo, requiere cierta concentración para ejecutarla y algo de atención por parte de la audiencia para poder disfrutar de ella. Digamos que en Oviedo la contraprogramación de la gripe enganchada a una cadena, a veces ininterrumpida, de toses y carraspeos actuó en contra de Debussy el otro día en el auditorio Príncipe Felipe. La tos produce curiosos efectos contagiosos, Barenboim acabó enfadándose e implorando contención en la medida de lo posible.

Los catarros forman parte de las pequeñas catástrofes humanas del día a día, podrían reprimirse algo más durante la interpretación de un solista al piano pero no siempre son evitables. Mucho peor es el narcisismo que los carraspeos del público aquejado de gripe. Barenboim volvió a molestarse de manera visiblemente airada después del concierto, cuando, en contra de su voluntad, la insufrible legión del teléfono se empeñó en perseguirlo para ser protagonista del momento disparando sus flashes. No hay solución. Como él mismo dice, vivimos una época en la que se mezclan la extrema inteligencia con la estupidez extrema.

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