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Fernando Granda

La aldea que hemos de potenciar

Las posibilidades económicas de los núcleos rurales y sus recursos aprovechables

Al comienzo o puesta en marcha del llamado motor de ideas o think tank Compromiso Asturias XXI se abrieron propuestas de los socios para procurar el progreso, el interés y lo mejor para las gentes del Principado, asturianos y residentes. Recuerdo haber presentado un puñado de ellas, que una fue de las más votadas por los internautas y que reflejaba el ansia de muchas personas de diversas partes del mundo en participar y beneficiarse de su posible implantación. Consistía en la recuperación de muchos pueblos abandonados, una mezcla de reactivar aldeas y repoblar el campo, esa zona rural que va perdiendo habitantes cada vez más acusadamente. Eran momentos difíciles y acontecimientos familiares me impidieron desarrollarla para la organización.

Han pasado diez años desde entonces, la asociación ha evolucionado y, aunque en mi opinión no mantiene el camino que parecía original, sigue con su búsqueda de "sectores con futuro para Asturias". Uno de esos sectores creo que es el campo. Pero un campo atractivo, con las comodidades de las que disfrutan las villas y ciudades, los núcleos urbanos. O al menos lo más parecido. Por ahí va la propuesta de futuro de la zona rural.

Leo en LA NUEVA ESPAÑA que Asturias se encuentra a la cabeza de las comunidades que más trabajadores autónomos perdieron en 2017, en concreto 1.090, principalmente por la crisis del campo y el cierre de explotaciones ganaderas. Lo que abunda en lo explicado por Jesús Arango en estas páginas días pasados. El profesor y exconsejero de Agricultura señalaba en su artículo dos datos que reflejan cómo disminuye el número de campesinos/ganaderos aunque aumente la producción lechera. Según su explicación, se pasó de 32.000 explotaciones ganaderas en 1987 -entrada efectiva en la comunidad europea- a las 1.500 actuales, mientras que la producción de leche subió de 18.000 litros de hace treinta años a 200.000 anuales de 2017. Es decir, desaparecen miles de trabajadores del campo que se habrán ido a trabajar a otras profesiones o al paro, lo que probablemente significa que han abandonado aldeas y pueblos pequeños ante las difíciles condiciones de vida en la zona rural.

En reiteradas ocasiones recuerdo haber reivindicado la extensión de las nuevas tecnologías a la aldea para mejorar esas condiciones de vida. Esto no consiste solamente en implantar la red inalámbrica por todo el campo sino hacer práctica esa extensión con centros cibernéticos. Por ejemplo con asignación de profesionales polivalentes a comarcas o parroquias, que a través de Internet faciliten una enseñanza con videoconferencia, una medicina y farmacia primarias, con prescripción electrónica que evite que niños y mayores se tengan que desplazar a diario o en precarias condiciones a la villa municipal; animadores sociales/culturales que aprovechen las escuelas que van cerrando en los pueblos para establecer centros sociales, de tramitación y gestión de permisos, licencias, asesoría fiscal y laboral, todo tipo de documentos, faciliten información, eventos culturales (cine, teatro, televisión, música, biblioteca, exposiciones, etc.); instalación de enchufes eléctricos para recarga de vehículos de traslado o de trabajo; regulación de transportes y comunicaciones públicos y cualquier otro tipo de cobertura de la que se disfruta en núcleos urbanos.

La aldea es sitio propicio para implantar nuevos recursos. Si la tierra va siendo abandonada por el cierre de las explotaciones ganaderas hay otras buenas iniciativas, por ejemplo, los centros de recuperación de especies, como la propuesta en Caleao con los bisontes, o las que se van realizando en otras comunidades con caballos y bovinos ancestrales; industrias blandas poco o no contaminantes, actividades que proponen reiteradamente expertos como Jesús Arango, Jaime Izquierdo o Benigno Varillas sobre aprovechamiento de los recursos forestales, ordenamiento de la gestión de montes comunales, cooperativas para facilitar labores que eviten que el bosque se selvatice (con perdón de la RAE), subvención para comercios móviles de productos frescos (pan, pescado, carne?) que recorran las aldeas sin servicios, limpieza y demás ventajas de la que disfruta la vida urbana.

En esta propuesta recuperadora, en la actualización de la aldea, han de intervenir las distintas administraciones. El Parlamento tiene la palabra, la decisión. Porque una de las fuentes de financiación surgiría de las energías renovables, cuyas leyes han de adecuarse, como ocurre en gran parte de la Unión Europea. Muchos campos y tierras improductivos se pueden convertir en zonas de paneles que aprovechen las energías que el ambiente nos facilita gratuitamente. La aldea tiene futuro.

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