La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tiempo de vida

A partir de una clase de Filosofía en los Maristas de Santa Susana

Cualquier sitio es el paraíso con sólo parar el reloj. Cualquier habitación es eterna con sólo desalojar de ella el tiempo. La alcoba de la Isabel era la eternidad porque yo me quitaba allí la vestidura del tiempo al quitarme mi pantalón y mi camisa.

F. Umbral, "Los males sagrados"

Fueron una vez bachilleres de los Maristas en Santa Susana, a los que en clase de la llamada "Filosofía real", se les explicaba la Cosmología, y sus dos realidades que integran ese mundo material: el Espacio y el Tiempo (o la Cronología). El Hermano profesor, bien llamado "el Pichaías" por su delicadeza en modos y movimientos, explicaba un libro, que era un manual de Filosofía, escrito por un tal Joaquín Carreras Artau, catedrático de los de antes, escasos y que sabían. Tal libro estaba aprobado por el Ministerio de Educación Nacional y tenía, por supuesto, las licencias del Obispo de Madrid-Alcalá y también del Arzobispo de Sión y Vicario General Castrense, éste tenía de apellido una hipérbole de lo bruto: Muñoyerro, que es un muñón de hierro. ¡Qué bárbaro debió ser aquél, por castrense y por clérigo!

El caso es que el libro de Carreras definía al tiempo de una manera incomprensible para aquellos años primeros: "el tiempo es la medida del movimiento en razón de la anterioridad y de la posterioridad". El profesor "Pichaías" nada aclaraba, pues nada entendía. Y tuve que hacer algo que siempre me dio buenos resultados: lo que no entiendo lo aprendo de memoria, hasta que finalmente, y por la memoria, lo entiendo. Por la memoria, diosa mimosa o mymusine de los griegos y amor de Nietzsche, hice oposiciones jurídicas y ahora, por fin, entiendo ya lo que es el Tiempo, que fue misterio insondable: que es lo más escaso y valioso que se puede tener, pues a partir de ciertos momentos vitales (años) empieza a faltar -cada vez menos Tiempo se tiene, a diferencia de los dineros que pueden abundar o ir a más, robando o trabajando-. El hombre, ser efímero, que lo empezó cantando Píndaro y luego siguió Lipovetsky?

Además el tiempo es elegante y dandi, pues que no se deja comprar, precisamente, con los dineros o "cuartos". Los que son ricos y los que somos pobres tienen y tenemos, respectivamente, las mismas oportunidades; no hay en relación al Tiempo ni papás ni hijos de papás, ni herencias ventajosas, que no son las pobretonas y de colaterales, esas que se repudian, ni bodorrios aprovechados. Más aún, el Tiempo es escurridizo como una lamprea gallega; y es masculino pero tiene maneras de hembra como los "bellocratas" y los diseñadores de complementos o estilistas (¡Cuánto me gustan los complementos!).

Mucho me ayudo la Literatura para entenderlo, y destaco tres autores que lo trataron magistralmente: un español, Umbral, autor de "El Giocondo", y dos franceses, Jean d'Ormesson, católico-agnóstico (lo católico permite el todo y lo contrario del todo), y Jacques Attali, judío (lo judío sólo permite lo que es judío). Una vez que haya leído la tesis doctoral, titulada "Umbral y el calendario", escribiré sobre él, Paco el gran majadero (majadero por haber reprochado a Alejandro Soljenitsyne no haber sido de Stalin y por haber dicho de Letizia, esposa de Felipe, que fue "una modesta estrella de TV". Lo de "modesto" nada me gusta, pues suena a aburrido filósofo de Roma y lo de "modesta" me suena a modista. Umbral, uno de tantos burgueses, minués de la monarquía -se podría subtitular.

El francés Presidente de la República, Macron, que es macrón por cabezón, despidió en el patio de la segunda Catedral de París, Les Invalides, al cadáver de Jean d'Ormesson, gran escritor del Tiempo y siendo el Tiempo el eje de su obra literaria, inmensa, ilimitada, desértica, como la de mi amigo Pedro Silva, casi beato. Si Ormesson escribió en 2003 -"Todo lo que amamos morirá. Yo también. La vida es bella"-, horas antes de morir a causa de un cáncer que le dejó en los huesos, escribió con letra temblorosa lo que su hija Héloïse encontró en su buró y que es el siguiente: "Una belleza para siempre. Todo pasa, todo termina, todo desaparecerá. Y yo que me imaginaba deber vivir para siempre ¿en qué me convierto yo? No es imposible". Acaso no pensó hasta ese momento final que él también desaparecería, no obstante lo cual escribió una última mentira: "la muerte nada puede contra mí", pues la muerte lo puede todo y su victoria es total.

El Presidente Macron colocó sobre el féretro de d'Ormesson, no collares, no insignias, no espadas, no grandes cruces brillantes como luceros como estrellas, sino un lápiz, un lápiz, un lápiz de los "encantamientos". Terminaron los discursos y los músicos militares interpretaron una de las sonatas para piano de Mozart. Y su Tiempo se terminó con la incineración, que es una alternativa: pudrirse en un cementerio o que te quemen. Y eso al que fue calificado "ecrivain du bonheur".

Jean d'Ormesson llegó a escribir un libro que tituló "El olor del Tiempo, crónicas del tiempo que pasa". En la crónica de 4 de noviembre de 1994 ("Le Figaro Littéraire") dedicada al escritor Philippe Sollers, habla de un Papa mujer, cuya elección, después del Cónclave, se anunciaría a la Plaza romana con un solemne Habemus Mammam, -y yo añadiría "pronunciado por una eminentísima y reverendísima cardenala camarlenga".

No se puede recordar a Jean d'Ormesson sin hacer referencia a su epopeya, que consideró haber llegado el tiempo para que Marguerite Youcenar fuese también "inmortal" o de la Academia francesa. Tres records o tres muros derribó la escritora, con la ayuda del aristócrata Jean: ser la primera mujer miembro de la Academia, no ser de nacionalidad francesa sino belga, y ser del disfrute peculiar, de sáficos ardores con su amada Grace Frick. Maria Antonietta Macchiocchi, en referencia a la lésbica Margarita, escribió "la vida nómada de un genio". Y una Youcenar, cuya última obra se titula, curiosamente, "¿Qué? La eternidad".

Compartir el artículo

stats