El derbi que disputarán en una semana el Oviedo y el Sporting copa ya las discusiones en las tertulias, en el trabajo y entre los amigos. Será muy difícil que surja un asunto en los próximos días que desplace del centro de la actualidad a este partido. Guste o no, y a escala universal, el fútbol ha adquirido una dimensión que rebasa lo deportivo para convertirse en fenómeno de masas. LA NUEVA ESPAÑA inicia hoy en las páginas de Deportes y en el suplemento "Siglo XXI", una cobertura especial de este acontecimiento que tanto interés concita, con análisis y reportajes exclusivos, entrevistas, testimonios, datos históricos para que los asturianos no se pierdan ni un detalle de lo que ya es otra gran fiesta del Principado.

En los días decisivos del final de ligas pasadas, casi 60.000 asturianos coincidieron un domingo en los campos de El Molinón y el Carlos Tartiere para vivir el desenlace de la temporada de Sporting y Oviedo. Eso equivale a concentrar al 6% de la población a la misma hora en dos espacios reducidos, y a un porcentaje de espectadores aún superior a través de la televisión. Los dos grandes conjuntos asturianos generan elevadas audiencias y reciben de las cadenas unos ingresos por encima de la mayoría de rivales precisamente por su relevancia, alto número de abonados, implantación y poder de convocatoria.

Resulta imposible encontrar otra manifestación regional tan constante y multitudinaria que pueda equipararse al oviedismo y al sportinguismo, sentimientos convertidos en una religión con liturgia incluida. La capacidad de movilización, además, no depende de la categoría en la que los clubes militen, pues nadie discute que ambas escuadras, por historia y arrastre, son de Primera con independencia de la competición en la que coyunturalmente les toque bregar. Constituyen, pues, un símbolo más, fuertemente arraigado, de la identidad asturiana, de la ontología de la región, y se reparten las preferencias de los habitantes de esta tierra por igual.

El Oviedo llega al derbi en un momento dulce, probablemente el mejor de los últimos tres lustros. El oviedismo percibe que hay un proyecto con el que identificarse. No se recuerda una afición tan volcada con los rectores de la sociedad anónima ni un entrenador que estableciera una conexión tan fuerte con la grada, incluso cuando las cosas no le iban bien. Ese círculo virtuoso tiene traslación a otros frentes: récord de ventas de productos de la marca, camino del récord de socios, cambio de estructura y métodos en la cantera. Y, lo decisivo: la liquidación de la deuda ha sido encarrilada, un milagro en unas arcas que amenazaban ruina.

La presión pasa factura al Sporting por venir de un descenso y por disponer de un elevado presupuesto para confeccionar una buena plantilla. Hasta el punto de que el primer entrenador elegido, a priori con calidad y experiencia contrastadas, arrojó la toalla por impotencia para ofrecer el rendimiento exigido. Tras un comienzo titubeante, los rojiblancos intentan reconducir el rumbo: quedan todavía por delante muchos duelos con la clasificación en un puño. En lo positivo, el consejo de administración ha logrado sanear las finanzas de una entidad que estuvo al borde de la desaparición. Un detalle no precisamente menor.

Los valores de un derbi con tanta incidencia admiten lecturas más allá de lo deportivo. Sporting y Oviedo se retroalimentan y su pugna resulta mutuamente estimulante porque los ayuda a crecer juntos. A sufrir, renacer, luchar por colocarse arriba, dar lo máximo. A un plus de competitividad. Constituyen, pues, un ejemplo de rivalidad creativa exportable a la vida regional, en la que las pujas tamizadas por los colores también tienen cabida, y compatible con el mantenimiento de la cohesión y la cooperación. Pasan los dirigentes, pasan los técnicos, pasan los jugadores, pero siempre permanecen ahí, al pie del cañón, las respectivas hinchadas. Tomando su entrega e implicación como modelo para otras causas -los proyectos ilusionantes, la ambición de progreso, el afán de emprender, la iniciativa, la idea de región-, otro gallo le cantaría a la sociedad asturiana, a la que le falta fe y compromiso para reivindicarse.

Ocurra lo que ocurra el próximo domingo, nada quedará decidido. Sea cual sea el resultado, los dos emblemas deportivos de la comunidad mantendrán intactas sus aspiraciones en la carrera hacia ese objetivo final precioso que sería el ascenso a la par por primera vez en la historia. Puede que este derbi tan esperado, continuación del de la primera vuelta, tampoco quede exento de situaciones de nerviosismo y tensión, habituales en todas las disputas de base emocional. No deben dar para más que alimentar la sana piquilla durante unos días. El Oviedo-Sporting del Tartiere que se hizo esperar quince años hay que verlo como un espectáculo fabuloso para compartir en familia. Para mezclarse. Para mostrar la diferencia y la diversidad como una fortaleza que nos agiganta cuando se usa adecuadamente como incentivo. Para sentirse, en definitiva, orgullosos de Asturias.