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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

De Michael a Don Miguel

Michael Santos, en adelante Don Miguel, es un futbolista de escándalo. O escandaloso y bullanguero, como la mayoría de los cancheros charrúas, ángeles australes de un país donde el fútbol es la única religión sin ateos. No debe extrañar ese gusto de Santos por alterar el orden establecido de las defensas rivales ni su afición a vociferar: como escribió el inolvidable Galeano, existe un ruido infernal en las maternidades de Uruguay porque todos los bebés asoman al mundo entre las piernas de sus mamás gritando gol.

Al inicio de temporada, erró algunos disparos de parvulario, y Paco Herrera lo desterró a la banda izquierda, para que abriera un carril ciego fiado a la velocidad desenfrenada de un tipo que se empeñaba en repetir que él era un nueve, no un extremo a la vieja usanza o al estilo reciente de buscar llaves en un laberinto donde solo hay candados.

Los técnicos del primer tramo fiaron su futuro y el centro de la delantera a la cabeza de Scepovic, pero él balcánico, un testarudo de testa dura, volvió a las andadas de su primera época y perdió la fuerza en pelearse consigo mismo. Con Baraja, Santos retornó al hábitat natural del predador y el jugador jocundo devolvió la confianza del míster con una creciente colección de dianas de distintas suertes. La pólvora de sus botas le ha dado la razón.

Michael, en adelante Don Miguel, es un futbolista alborotador, de aquéllos que exasperan o se hacen de querer y se les jura amor eterno. En ocasiones, incluso, puede parecer egoísta y vanidoso, aunque no se ahorra cada domingo un gramo de esfuerzo. Sus gestos pueden resultar chocantes, pero si Mick Jagger fuera humilde los Rolling Stones se habrían pasado la vida tocando en un garaje.

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