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andres montes

Deuda con Puigdemont

El impulso del expresidente catalán a la labor de los juristas

Los profesionales del derecho tienen una deuda con Puigdemont, y por extensión con el independentismo catalán, a quien nunca se reconocerá lo suficiente su contribución a ensanchar los límites de la jurisprudencia, a forzar a quienes entienden de la materia a indagar sobre los fundamentos de la legalidad, sus fisuras y vericuetos.

El Tribunal Constitucional es el primer beneficiario de ese empuje. Los recursos contra la intervención de la Generalitat abren la oportunidad de desarrollar el artículo 155 de la Carta Magna, que por falta de uso quedó en un raquitismo jurisprudencial, con el efecto secundario de amplificar las incertidumbres sobre los límites y consecuencias de su aplicación. Tras desbordar las limitaciones de sus procedimientos ordinarios, la instancia arbitral optó el sábado por una solución sin precedentes para cerrar el paso a las soluciones creativas del independentismo en torno a la investidura de Puigdemont sin vulnerar su criterio de que no caben las impugnaciones preventivas.

La contrapartida de este estímulo incesante para los juristas es que quizá haya que normativizar hasta lo evidente, como limitar las aspiraciones públicas de cualquier prófugo. En una inversión de términos, que muestra las carencias de conocimiento jurídico del núcleo político del secesionismo, es posible todo aquello sobre lo que el reglamento no dice lo contrario, una interpretación que acaba con el derecho positivo y sus restricciones implícitas.

En esa misma línea de visibilizar sus lagunas legales, Puigdemont pide amparo al Parlament para ir hoy a su investidura sin acabar en la cárcel. Argumenta que la inmunidad parlamentaria impide detener a un diputado salvo que sea sorprendido "en un delito flagrante". La expresión "delito flagrante" retrata con precisión su circunstancia si aceptamos que un huido de la justicia es alguien en permanente situación delictiva. Puigdemont está a merced de la ley sin restricciones y esa es la razón de que su investidura ni siquiera alcance a ser simbólica, algo con lo que se conformaría para ver satisfechas esas argumentaciones legitimistas tan cercanas a su corazoncito carlista.

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