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Caretas y condecoraciones

Lo sucedido ayer en el Palacio Real y en el Parlamento de Cataluña

Ayer estaban previstos dos acontecimientos de signo bien distinto. En el Palacio Real un acto de afirmación monárquica con la imposición por el Rey Felipe VI del Toisón de Oro a su hija y heredera, la princesa Leonor. Y en el Parlamento de Cataluña otro de, digamos, vocación republicana a largo plazo con la propuesta de investidura del candidato independentista señor Puigdemont, que está huido en Bélgica

El primero de ellos fue solemne y bien organizado con asistencia de los miembros de la Casa Real, familia Ortiz y de las más altas representaciones del Estado. El segundo, en cambio, fue aplazado "sine die" por el presidente de la cámara autonómica, señor Torrent. Un poco porque sospechaba que el candidato no se iba a personar ante la amenaza segura de su detención, y otro poco, porque no quería incurrir en flagrante ilegalidad si se excedía de los límites marcados por el Tribunal Constitucional.

En los días previos a la convocatoria de Cataluña el ambiente político se había caldeado bastante ante las especulaciones sobre la forma que pudiera escoger Puigdemont para cumplir su ambición de volver a ser investido como presidente de la Generalitat. Unos se inclinaban por una investidura a distancia a través de una pantalla electrónica. Otros, por una aparición sorpresiva en medio de una multitud adicta aún a riesgo de ser detenido y muy posiblemente encarcelado para convertirse en el héroe máximo del independentismo catalán. Entre estos últimos estaba, curiosamente, el ministro del Interior español, señor Zoido, que organizó un amplio dispositivo policial para garantizar que el fugado no pudiera acercarse secretamente al Parlamento catalán, ni siquiera si venía escondido en el maletero de un coche. A medida que se acercaba la fecha, el nerviosismo fue en aumento y la noticia de que un avión privado procedente de Bélgica con seis personas a bordo había aterrizado en Guadalajara puso en alerta a la Policía. Al final, la alarma resultó fallida. Se trataba de seis cazadores belgas.

En un país como el nuestro, donde hubo un motín famoso, el de Esquilache en 1766, para protestar, entre otras cosas, contra las medidas civilizadoras de un ministro de Carlos III que quiso prohibir la capa larga y el chambergo (un sombrero de ala ancha) porque favorecían el anonimato y la delincuencia, los huidos de la autoridad excitan la imaginación popular. Recuérdense si no las fantasías que se tejieron en torno al Lute, sus fugas y paraderos. Y luego hubo otros más como Roldán, el Dioni o Paesa, al que se le organizó un funeral sin haber muerto.

Con esos antecedentes, no es de extrañar que la Asociación Nacional de Cataluña, que preside uno de los dos Jordis encarcelados, haya convocado una manifestación ante el Parlamento en la que se repartieron miles de caretas con el rostro de Puigdemont. Estaba prevista para despistar a la Policía con la posibilidad de que bajo una de ellas estuviese el auténtico. Luego, aplazada la investidura, simplemente para protestar. Al fin y al cabo, estamos en vísperas de Carnaval.

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