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En la Historia

No sobran desde luego en las actuales Facultades de Derecho las plumas escogidas. Porque a ese grupo selecto pertenecía Joaquín Varela, señor del pensamiento original y esforzado investigador de nuestro pasado.

Recuerdo perfectamente cómo a finales de los años setenta del siglo XX apareció en Oviedo Ignacio de Otto como Profesor Agregado de Derecho Constitucional. Acababa de obtener esa plaza en unas complicadas oposiciones celebradas en Madrid que hoy lamentablemente han desaparecido. Pronto trabé una amistad entrañable con él -y con su mujer, Graciela- anunciándome al iniciarse el curso que se traía desde Barcelona a tres jóvenes estudiosos que estaban trabajando bajo su dirección en sus respectivas tesis doctorales. Se trataba de Ramón Punset, Francisco Bastida y Joaquín Varela, según creo, el más joven.

Estas tres personas crecieron y crecieron en sabiduría y buenas maneras profesorales hasta convertirse en tres catedráticos de Derecho Constitucional que, a su vez, han engendrado una poderosa Escuela que es respetada y querida en todos los ambientes jurídicos de España. Estamos hablando de una época en la que los iuspublicistas españoles, deslumbrados lógicamente por la Constitución de 1978, dedicaron sus mejores esfuerzos para interpretarla, desnudando sus intimidades y dejándola lista para que iluminara un escenario nuevo en el que aparecerían, bien pulidas, las instituciones democráticas tras largos decenios de una dictadura sombría y turbia.

Joaquín, a quien sus amigos llamábamos Corrosco, también dedicó sus buenas entenderas a ese esfuerzo que permite hoy hablar de un derecho público en España, el que tiene por eje a la Constitución hoy en vigor, que poco tiene que envidiar a los cuajados y admirados de las Universidades alemanas, francesas, italianas et alii.

Pero la obra fundamental de Corrosco, la que sin duda va a perdurar, aquella a la que los estudiosos venideros habrán de volver una y otra vez, es la constituida por sus libros sobre nuestro constitucionalismo histórico. Me atrevo a decir que es lo mejor que se ha publicado en España sobre un pasado que él aborda desde las Cortes de Cádiz. No hay nadie que pueda exhibir unos libros tan bien documentados, tan primorosamente trenzados y tan galanamente escritos. Es además autor de destacadas biografías como la del Conde de Toreno o las que se contienen en su libro sobre los asturianos en la política española. A mí estas obras me gustan especialmente porque yo he defendido también la necesidad de conocer las biografías de los grandes nombres de la política y de la jurisprudencia para mejor entender lo que en su momento produjeron. De ahí los tomos que he dedicado a los juristas alemanes desde principios del siglo XIX hasta el último tercio del siglo XX. O la biografía que escribí sobre el ilustre asturiano José Posada Herrera (espero que no le quiten la calle en Oviedo ni la estatua en Llanes).

Joaquín Varela, nuestro Corrosco, ha sido un maestro en este arte de desvelar los entresijos del pasado colocando constituciones, sistemas políticos y personajes en su pertinente escenario en el que han quedado iluminados por su pluma y su talento.

Hace apenas un mes intercambié con él algunos mensajes electrónicos que me llenaron de pesar porque, con absoluta lucidez, veía el inmediato apagamiento de las velas temblorosas y fugaces en que consisten nuestras vidas. Me expresó su preocupación por no poder acabar su Historia constitucional de España aunque sabía que, si él no lo lograba, su compañero Ignacio Fernández Sarasola completaría su obra. Quedó en mandarme un nuevo libro que había titulado Liberalismos, Constituciones y otros escritos y yo le prometí que escribiría una reseña detallada -y por supuesto elogiosa- para la "Revista de Administración Pública".

Puede afirmarse, en esta hora de la despedida, que el Profesor Varela ha precisado los perfiles de un tiempo que ya ha quedado indisolublemente ligado a él y a su esfuerzo de jurista culto y sagaz. Nuestro Corrosco entra así en la Historia que a buen seguro le acogerá con cariño porque lleva cortejándola muchos años. Como un caballero y un seductor incansable.

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