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Ahí vienen los chinos

China se apunta al turismo

Agobiadas por el exceso de visitantes, varias ciudades europeas se han unido para exigir a la UE que ponga coto al intercambio de viviendas entre particulares que así se ahorran el hotel. Entre eso y los vuelos cada vez más baratos, el turismo empieza a saturar destinos como Barcelona, Madrid, Viena, París o Ámsterdam, por citar solo algunos de los ayuntamientos firmantes. Razón no les falta. El alquiler turístico por semanas o meses beneficia, básicamente, a la empresa que cobra una comisión a los arrendadores e inquilinos por ponerlos en contacto en su página de internet. Peor aún que eso, el negocio hace que se disparen los precios del alquiler en las ciudades afectadas.

Difícil parece ponerle puertas al campo. La experiencia de los últimos años sugiere que todo lo que puede ser abaratado, se abaratará; y contra esa tendencia poco efecto tienen las regulaciones impuestas por los gobiernos o por la mismísima UE. El verdadero problema, sin embargo, es el que van a plantear los chinos de aquí a no mucho tiempo, dado su peso en el mercado mundial.

Hay muchos chinos en China, como todo el mundo sabe. Años atrás, su gobierno les buscaba sitio por aquí afuera, incluso en los pesqueros de la flota de Galicia y del Cantábrico; pero eso fue antes de la conversión del régimen maoísta al capitalismo. Poco después, la República Popular pasó a ser la fábrica del mundo, con lo que ya hay trabajo suficiente en el país como para no tener que andar recolocando en el extranjero. Ahora viajan en plan turístico.

Hace un par de años, por ejemplo, el empresario Li Jinyuan se gastó 13 millones de euros en invitar a 6.400 trabajadores de su plantilla a unas vacaciones en Francia. Su llegada en masa obligó a tomar medidas extraordinarias en París y Niza para atender a la demanda de los turistas asiáticos. El Museo del Louvre, un suponer, reservó varias horas de su calendario de visitas a los trabajadores premiados por el generoso Jinyuan.

Se trata de una simple anécdota, pero bien podría dejar de serlo dentro de no muchos años. Solo es cuestión de que el formidable crecimiento anual de la riqueza de China consolide una clase media con poder adquisitivo suficiente para hacer turismo.

Son cerca de 1.400 millones los habitantes de ese enorme país cuyo PIB crece a ritmos del 7 al 10% anual. Cuando no más que un tercio de ellos empiecen a viajar al extranjero gracias a su creciente poder de compra, mucho es de temer que no haya suficientes hoteles en el mundo para alojarlos. E incluso es probable que los grandes polos de atracción turística -Venecia, Barcelona, Río de Janeiro, Londres y así- se vean en la obligación de aplicar una especie de numerus clausus para evitar que esas ciudades sean literalmente aplastadas por las masas de turistas chinos.

Lo de los japoneses, que apenas son 127 millones y sin embargo parecían estar por todas partes, va a ser una broma en comparación. Y mientras tanto, los alcaldes europeos preocupándose por el intercambio de pisos de AirBNB. Ríanse ustedes de la turismofobia.

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