Al Bellas Artes le responden los mecenas, con donaciones, y el público, que ha duplicado visitas en los últimos cinco años, pero le fallan estrepitosamente las administraciones, para las que se ha convertido en el tesoro invisible de la región. La exhibición de los cuadros donados por Plácido Arango, en la que ya es una de las exposiciones imprescindibles de este año, está atrayendo a miles de personas. El llamamiento que el empresario astur-mexicano realizó durante la inauguración en favor de redoblar el apoyo público al centro supone un sonoro aldabonazo para que el Principado y el Ayuntamiento de Oviedo reflexionen. ¿Qué hace falta para sacar de hermano pobre de la cultura asturiana a uno de los mejores museos de España?

El pasado fin de semana, entre el viernes por la tarde y el domingo por la mañana, en apenas cuarenta y ocho horas, 1.600 personas desfilaron por el Museo de Bellas Artes de Asturias para contemplar las nuevas obras legadas por el empresario Plácido Arango. Una cifra "maravillosa", en palabras del personal del centro, que obligó excepcionalmente a duplicar las visitas guiadas para poder satisfacer la demanda. Y una prueba irrefutable del interés creciente de los asturianos por una institución artística que les pertenece y a la que pueden acceder, además, sin pagar un euro. El Museo intenta ser algo más que un mero contenedor de obras y promueve actividades paralelas para hacer comunidad acercando el arte a la sociedad. Y ve recompensados sus esfuerzos. En cinco años, las visitas se han disparado, pasando de 44.000 personas cada año a las 90.000 actuales.

Con el salto de calidad de la ampliación recién estrenada empiezan a hacerse patentes otras carencias estructurales para vertebrar todo el proyecto a las que unos políticos incoherentes y de cortas miras no acaban de ofrecer respuesta. Todos, de boquilla, hablan de este lugar como una referencia maravillosa de la cultura de Asturias. Otra cosa es, a pesar de las innegables estrecheces y sin realizar dispendio alguno, concretar ese pensamiento en un apoyo efectivo o en una jerarquía adecuada a la hora de distribuir los recursos.

El Museo ha doblado su espacio y dispone de bastante menos de la mitad de presupuesto que hace unos años. Le faltan conservadores y cuidadores de sala. Lo de los conservadores lleva camino de convertirse en un culebrón delirante, por esos absurdos kafkianos de la maquinaria burocrática. Una institución que necesita mantener quince mil lienzos carece de especialistas en ese puesto. Hay creadas, aprobadas y dotadas económicamente dos plazas que no se cubren. Primero, por las restricciones para aumentar personal que impone la ley contra el déficit. Después, porque la prioridad corresponde a las plazas en educación y sanidad. De los cinco ordenanzas-vigilantes existentes por turno, mañana y tarde, a dos los ocupa la recepción. Tres personas, pues, cuidan de una superficie mucho mayor que antes, y laberíntica por la reforma.

La dotación de 2004 para la instalación era de 4,2 millones de euros. Ahora, de 1,8 millones. Casi un millón lo consumen los salarios. La energía eléctrica y la limpieza suponen otros 400.000 euros. Poco margen queda para otra cosa que el gasto corriente. Plácido Arango es la cabeza visible de una serie de benefactores desinteresados. O la familia del pintor gijonés Aurelio Suárez. Pero no son los únicos. Gran parte de las actividades educativas del año pasado fueron financiadas con la herencia de 2002 de un practicante, Aureliano Menéndez, rescatada milagrosamente de la maraña administrativa. Aún resta en caja de esa dádiva una cantidad para prolongarlas este año. Desde 2011 no se compra un cuadro, no hay partida. Aunque depósitos y cesiones temporales enmascaren la carencia, alguna pintura interesante para completar los fondos ya voló.

Tras invertir 21 millones en la construcción, resta una segunda fase, presupuestada en 6 millones, para darle plena efectividad. No existe compromiso ni plazo para abordarla. Este defecto tan acusado últimamente en Asturias de dejar las infraestructuras a medias origina inconvenientes no precisamente menores. Los nuevos almacenes están inutilizados porque carecen de dique para mover las piezas y de montacargas. También falta en la instalación un salón de actos. Las conferencias emigran a recintos ajenos si no alcanza con improvisar un sitio en la misma zona expositiva mediante sillas plegables.

El Museo de Bellas Artes ha costado mucho al contribuyente. Para rentabilizarlo, convirtiéndolo en motor cultural, para la atracción de turistas y el disfrute de los asturianos, hay que echarle combustible. Para crecer y pensar con ambición necesita dejar de ser otro de tantos proyectos incompletos del Principado, como las estaciones de esquí sin energía, los campus sin alumnos, los puertos sin barcos o los polígonos sin industrias. Así lo exige una colección magnífica, que ofrece una visión completa y de calidad del arte hispano, ahora enriquecida con un legado impagable. No es lujo, sino socializar la verdadera riqueza.