Un árbol del "kilometrín" cae, derribado por el viento, sobre varios coches aparcados en la avenida de El Molinón y uno de los vehículos que destroza es propiedad del jugador del Sporting Carmona. A veces el destino se alía con la meteorología para dibujar metáforas en una tromba de aire. El vehículo que conduce Carmona ha quedado como el equipo en el que juega su dueño tras el derbi asturiano: siniestro total.
Me había prometido no dedicarle una línea al partido del domingo en el Tartiere, pero los hados de las isobaras confabularon y no sería lícito contradecir sus designios: hay que decir lo que se ve y escribir lo que se piensa, duela a quien duela, pinche a quien pinche. De manera que sale el conjunto rojiblanco trasquilado del feudo enemigo, como cordero tras la esquila, incapaz de tapar sus vergüenzas.
No se trata de hacer leña del árbol caído, ni calentar este trozo de invierno frío en la hoguera de la vanidad de algunos futbolistas a los que les pesa la camiseta, que más que un trozo de tela parece que cargaran con un bloque de hormigón de los diques mastodónticos de El Musel. Pero tampoco puede dejarse ir uno por las ramas y despachar el bochorno del derbi con una sesión vespertina de baño y masaje.
El caso es que se fue Paco Herrera con gesto de fracaso, llegó Baraja y puestas las cartas sobre la mesa nos encontramos de nuevo en la casilla de salida, en el mismo puesto del casillero y a idéntica distancia de la promoción, pero con menos tiempo. Este Sporting, como el coche de Carmona, no pasa la ITV.
