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Cosme Marina

Elena Herrera: una personalidad musical única

El último adiós a una sensacional directora de orquesta

Hay personalidades musicales de una valía impresionante que sin estar de forma continua en lo que pudiésemos llamar la primera línea mediática realizan una labor ingente, muchas veces callada y no suficientemente agradecida por la sociedad a la que sirven. Acaba de fallecer en Oviedo la directora de orquesta cubana Elena Herrera, tan vinculada a la capital del Principado, especialmente a través de la temporada de Ópera del Campoamor.

Estamos, precisamente, ante uno de esos ejemplos de un talento sensacional que, por circunstancias diversas, no alcanzó en plenitud todo el reconocimiento popular que merecía su inmensa valía, aunque sí conquistó el prestigio y el respeto de sus compañeros de profesión y de cientos de melómanos en los lugares en los que trabajó. Eligió una profesión muy difícil, especialmente para una mujer. Si hay un ámbito en el que el machismo imperaba de manera absoluta, este era el de la dirección orquestal. Aún hoy obliga a las directoras a reivindicar con fuerza su rol en el podio. Elena fue, en este sentido, una pionera y esto, quiérase o no, siempre se acaba pagando. Pero ella fue capaz de seguir adelante y de realizar su cometido de manera ejemplar. Tenía una capacidad musical fuera de serie. En la ópera brillaba con luz propia porque era una conocedora minuciosa del repertorio operístico italiano. De compositores como Verdi o Puccini sacaba toda la luz que sus partituras encierran con brillo encomiable.

Nacida en Cuba y formada en la Escuela Nacional de Arte, era además de directora, una musicóloga de prestigio. A comienzos de los setenta comenzó a ejercer la docencia en la propia escuela en la que se formó y en 1980 inició su carrera como directora de orquesta para ser nombrada, años después, titular de la Sinfónica de Matanzas. También fue pionera en la formación y desarrollo de jóvenes orquestas a las que siempre prestó especial atención. Además, durante una década, hasta 1994, fue directora general de la Ópera Nacional de Cuba y de la orquesta del Ballet Nacional.

A partir de esa época arrancó una nueva etapa en Brasil, al frente de formaciones como la sinfónica del Teatro Nacional de Brasilia, la orquesta de la capital y otras como las de Sao Paulo y Paraiba. Además, asesoró al gobierno brasileño en planes educativos musicales y en la creación de orquestas. De hecho, formaba parte de la Academia de Arte y Música de Brasil.

En España, su carrera tuvo en Oviedo su principal epicentro, trabajando intensamente con la Sinfónica del Principado de Asturias y Oviedo Filarmonía, impartiendo clases de dirección orquestal, participando en los festivales de música de Asturias, y con fuerte vinculación a la temporada de ópera de Oviedo donde dictó verdaderas lecciones musicales, con versiones inolvidables de los grandes títulos del repertorio italiano; también se implicó en el Festival de Zarzuela, género que asimismo conocía en profundidad y estuvo un tiempo al frente del Coro de la Ópera de Oviedo. Ópera y zarzuela dirigió en Madrid, Palma de Mallorca, Córdoba, además de trabajar en otros países europeos y americanos como maestra invitada.

Los que tuvimos el honor de conocerla sabemos, que además de su profesionalidad e ingente trabajo musical, de su generosidad, de su capacidad para militar en proyectos benéficos para la comunidad. Elena siempre estaba al frente, ayudando a sortear cualquier dificultad, por ardua que ésta fuese. Ha sido ejemplo de lucha y de coraje, en el ámbito personal y en el laboral. Forjó un carácter comprometido que deja huella imborrable en el mundo de la música, y especialmente en una ciudad como Oviedo que ha de honrarla como se merece porque fue mucho y muy bueno lo que ella le dio, su implicación directa y desinteresada con la vida cultural de la ciudad, y no siempre fue compensada con la generosidad que debiera. De hecho, su legado con la ópera del Campoamor es significativo y permanecerá en el tiempo.

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