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El tiempo, como la nave de Fellini, va y sigue yendo

De las obsesiones de Ormesson y Attali a la necesidad de aprender a vivir lo más intensamente posible

Sabemos todo, o casi todo, de la materia, del aire, del agua, de la luz, de las leyes inmutables que gobiernan el universo con un rigor sorprende, e incluso del pensamiento. Mas nada sabemos del tiempo cuyo misterio asombroso nos acaba pareciendo de una natural y evidente simplicidad. Jean d'Ormesson

Resulta que al escritor Jean d'Ormesson, de ojos azules como de Virgen Inmaculada, al que los franceses rindieron en vida y con ocasión de su reciente muerte muchos tributos y homenajes, le negaron uno, muy importante: ser enterrado en el Panteón, lugar en París para reposo de dioses, en compañía de otros divinos como Víctor Hugo y Malraux, muy cerca del estanque para jugar como niños espantando a patos blancos y cisnes negros en los Jardines de Luxemburgo. Después de mucho pensar, me pareció que, en España, lo más parecido al Panteón francés acaso sea el pudridero de El Escorial, aunque en él no se pudran poetas sino reyes gordos. Por eso, Felipe V, que los franceses lo enviaron con vicios ocultos y defectos de salud, dijo que no, nada de El Escorial, y se quedó en La Granja de Segovia, al otro lado de la sierra.

De tanto como dijeron a Ormesson, sobró lo siguiente: ¡Gentilhomme de la République! Lo de gentil-varón o gentil-hembra, sea de república, sea de monarquía, suena a cortesano, a calzonazos, a bragazas del poder constituido, lo que nunca debe serlo un escritor, jamás, aunque es muy frecuente. O sea, una vulgaridad, cosa de advenedizos baratos o baratijas. A Cervantes y Quevedo, los más grandes escritores, los Austrias de la monarquía española amargaron por escribir aquéllos sus desvergüenzas, que eso es lo que ha de hacer un escritor, para no ser pamplinero.

Jean d'Ormesson fue un atrevido pensador e ignaciano discernidor; hizo una novela divina titulada "Dieu, sa vie, son oeuvre", novelando a Dios, a sus obras, juzgándolo frío y ausente, y al que Lucifer y los ángeles, también criaturas suyas, se encargan de entretener y distraer como Las Meninas a Velázquez -esto fue lo menos católico de su pensamiento-.

También fue atrevido por haber tratado en su escritura, con obsesión, el tema del tiempo (fue persona obsesionada por el tal), que es un misterio profundo, pues dijo: "En el momento en que hablo ya está lejos de mí"; que es efímero e inconstante como la belleza; que es un impulso, el reino de la sucesión, hacia la muerte, reverso de la vida, siempre catastrófica; que es un monstruo todopoderoso en el que mandan el sufrimiento y el mal; que fue un nacer -siempre el tiempo- junto al espacio al producirse la gran explosión o "Big Bang", comienzo del Universo. Y antes del Big Bang ¿qué había?, llegó a preguntarse, y se respondió rotundo: "nada, nada de nada, ni espacio ni tiempo", o tal vez Dios sólo, y ensimismado, aburrido.

Ante cuestiones de tanta enjundia, fue inevitable la presencia de un judío para dejar las cosas mucho más confusas. Este judío fue Jacques Attali, hijo de rabino y de profesora de hebreo y de la Biblia, ambos titulares de la perfumería "Big et Bag" en la rue Michelet de su Argel natal. Robert Badinter, jurista, socialista y esposo de Isabel, escribió que Attali "es un intelectual, con gran capacidad de síntesis, de anticipación y de una actividad proteiforme". Joël de Rosnay dijo de él que es un auténtico "Renaissance man", al que le funcionan dos cerebros, el sintético y el analítico, y que, no obstante, se perdió en el juego del poder, que es eso, un juego, el poder. Amigo y principal consejero que fue del Presidente Mitterrand, que, por haber publicado Attali intimidades en los libros Verbatim, en sus días finales, devorado por su próstata (la de Mitterrand), le calificó de "personaje sin estatura moral y sin coraje" (eso lo cuenta Jean Glavany en el libro "La planète Attali", Seuil, en la pág. 253).

Inevitablemente, Jacques Attali también fue un obseso del tiempo (para él, también para Ormesson, la cuestión del comienzo del tiempo es uno de los enigmas científicos mejor guardados), de un tiempo en que la creatividad, la transmisión y el profetismo judíos, del Talmud, el Midrash y la Cábala son esenciales. Su "Dictionnaire amoureux du Judaïsme", aparecido en 2009, es formidable, y el tiempo lo trata a partir de la página 455, que comienza así: "Lo que más me interesa es el tiempo, que es el fundamento de todas las civilizaciones e ideologías, siendo el judaísmo una filosofía del tiempo". Un tiempo, el del judaísmo, que es cíclico, repetitivo en fiestas y ceremonias pasadas, pero que es mucho más, mucho más.

Es un tiempo de posibilidades, de porvenires y futuros nuevos, siendo misión del hombre y la mujer utilizarlo en busca de su felicidad y la de la humanidad entera, y acaso también en rebuscar del tiempo perdido. Debería ser inevitable, dada la escasez del tiempo, aprender a vivir lo más intensamente posible, sabiéndolo aprovechar y transmitir -es obligación- a las generaciones siguientes más de lo recibido por los ascendientes. Lo de la parábola de los talentos en los Evangelios es de recordar siempre, por ser muy judía y también muy cristiana.

Attali aconsejó destapar las ollas a presión e incandescentes para evitar tanto autoengaño, ignorante y conservador, para aliviar tanta depresión por pensar tanto y tal mal sobre uno mismo, en círculo infinito y mirando al ombligo respectivo, y por tanto perder el tiempo en bobadas o memeces o entretenimientos fatuos. No es casualidad que primero Jesús y luego Marx y Freud, las grandes profecías del cristianismo, del marxismo y del freudismo, hayan sido judíos y de los judíos. Marx destapó la olla y descubrió que en la base, abajo, de la economía están unas reglas explotadoras de la producción, de unos aprovechándose de los otros. Freud destapó otra olla y descubrió que el inconsciente puede más que el consciente, aparentemente razonable.

En tiempos presentes y horteras por mucha prisa -fue Umbral el que escribió que la prisa es hortera-, con la esperanza de que los futuros no sean tales (horteras), tal vez haya aquí que frenar, pues los lectores tendrán prisa y decir ¡basta por hoy! Y dejar para mañana (semanas) lo que Jacques Attali explica en su libro "Cómo llegar a ser uno mismo" (Ed. Fayard) y lo que explica en su libro "Une seconde vie" el helenista y sinólogo Françoise Jullien. Una buena biblioterapia. Y para una interesante musicoterapia, el disco "Cítara y Lira" del Monasterio San Pelayo de Oviedo (edición Aris Música).

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