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Sucesor Rivera

Ciudadanos levita en las encuestas mientras la agenda judicial por la corrupción no da tregua al PP

Casi todos los líderes políticos tienden a resolver el debate sucesorio por el eficaz método de cortar la hierba bajo los pies a los eventuales aspirantes. Se rodean de medianías sin peligro aparente y cortan las cabezas que destacan en cuanto asoman. Pero eso funciona cuando la dinámica tiene lugar dentro del propio partido, y Mariano Rajoy, que ha visto pasar el entierro de más de un posible rival, tiene ahora un problema: el aspirante no milita en el PP. Se trata de Albert Rivera, cuyo verdadero propósito no consiste en desplazar al PP sino en devorarlo. Devorar su espacio, su papel en el ecosistema político español, y sus cuadros, empezando por los locales. No propone una alternancia, como la que se ha venido dando entre populares y socialistas, sino una sustitución en toda regla.

No solo Rivera no milita en el PP, sino que tampoco participa del Gobierno, por lo que no puede ser desterrado a algún quemadero, y ni siquiera gobierna en ningún sitio (algún ayuntamiento al margen), lo que le otorga el beneficio provisional de la virginidad en tiempos de grandes pecados en sesión continua. Rajoy asiste impotente al naufragio de su partido en los fangos de la corrupción, con una agenda judicial que parece no terminar nunca, mientras Ciudadanos levita en las encuestas y da el sorpasso en alguna de ellas. Para mas inri, su apoyo resulta indispensable el Congreso o en plazas como la Comunidad de Madrid. Y para frenarlo no puede recurrir a su arma descalificadora favorita: el llamado "desafío secesionista", ya que en este terreno Rivera le adelanta por la derecha a toda velocidad, le roba la bandera y le acusa de blandengue y timorato.

Con los arrepentidos y los resentidos disparando porquería sin cesar, así en sede judicial como mediática, y con el PNV condicionando su apoyo a los presupuestos al encaminamiento de la cuestión catalana, Rivera parece decir: "gobierne de una vez, señor Rajoy, o déjeme el liderazgo de la derecha". Por algo y para algo ha enterrado el barniz socialdemócrata para abrazar el liberalismo en lo económico y el garrote en lo penal, que son atributos tradicionales de la derecha europea, la que gusta a las nuevas generaciones que van poco a misa.

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