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Fernando Granda

Del "Muelle" al feísmo

El color y la imagen del grafiti, que convivió con las pintadas reivindicativas contra la represión política y económica, corren ahora el peligro de la vulgaridad

Corrían los años ochenta del pasado siglo. En distintos muros de un barrio del oeste de Madrid comenzaron a aparecer unos rótulos con la apariencia de una firma. Al principio eran trazos hechos con grueso rotulador. Luego fueron creciendo y pasaron a ser hechos con pulverizador, spray. Eran simples, sin aparente mensaje. Se trataba de una palabra y una rúbrica: "Muelle" sobre una espiral parecida a un sacacorchos. Comenzaron apareciendo en paredes desconchadas, edificios abandonados, fincas marginales. Pero fueron proliferando y se extendieron por la ciudad. La firma se fue estilizando, pasó a ser casi decorativa y un dibujo bastante perfeccionado. Y "Muelle" se hizo popular. Pronto tuvo sus imitadores. El autor era desconocido. Más tarde se hizo pública su identidad, Juan Carlos Argüello, un muchacho del barrio de Campamento al que le encantaba la música. Falleció muy joven pero su nombre permanece entre madrileños y grafiteros. Lo llevan unos jardines de su barrio, se celebran certámenes con él, algunas de sus obras son conservadas en paredes y rincones de la capital, una exposición, "Letras Liberadas: propaganda, cultura y artes gráficas en el Madrid de las Transición" lo recuerda.

Tras ese pionero trazado de Argüello, que se extendió a otras ciudades españolas, vinieron otros artistas callejeros y la belleza de algunas de esas pintadas logró un reconocimiento que hace que se le considere un arte. O, al menos, una modalidad de técnica pictórica. Y al igual que proliferan los concursos de pintura rápida, certámenes de pintura al aire libre, son muchas las convocatorias para grafiteros, se ofrecen fachadas, extensas pareces y muros para estos decoradores dotados con botes que pulverizan variados pigmentos que decoran ciudades de todo el mundo, Nueva York, Londres, París, Amsterdam...

Claro que no todo han sido beneplácitos halagos para esta modalidad de expresión artística. Hubo un tiempo que la proliferación de pintadas invadía de tal modo y reiteradamente las paredes, persianas y cierres de algunos barrios de Málaga que los comerciantes de la popular calle Carretería acordaron la paz mutua: los dueños de las tiendas permitieron que dibujasen en sus cierres temas relacionados con su mercancía a cambio de que los grafiteros respetasen los muros de la zona y no repintasen las fachadas casi cada noche. Fue un pacto que luego se amplió a otros ámbitos del municipio y la zona aledaña del cauce del río Guadalmedina hoy está decorada con grafitis más o menos artísticos. Hubo casos parecidos en la solemne Viena y el siniestro muro de Berlín sirvió a mucho artista callejero para plasmar su condena a la represión del gobierno del Este.

Oviedo, Gijón y otras ciudades celebran competiciones de artistas callejeros y se ha dado un caso curioso publicado por LA NUEVA ESPAÑA. Un grafitero dejó pegadas unas láminas en muros del entorno de la catedral y el Museo de Bellas Artes de Asturias. Paisajes urbanos, una marina, flores, algún retrato. Las obras llamaron la atención del canónigo archivero del Cabildo, quien publicó un artículo admirando las pintadas que "ofrecen un trasfondo artístico" con "cierto aspecto misterioso". De esa colección, realizada por un joven llamado Israel Sastre, se pasó a programar actuaciones, ya no tan clandestinas, como el Festival de Intervención Mural de Oviedo, el Parees Fest, que reúne a artistas de amplio ámbito con miradas más allá de un arte local.

Pero el color y la imagen del grafiti, que convivió con las pintadas reivindicativas contra la represión política y económica y perdió gran prestigio con las dianas y amenazas de grupos terroristas y fascistas, corren ahora el peligro de la vulgaridad, el feísmo y la carencia de arte. Manchas burdas, torpes, sin ingenio ni genio. Manchones que carcomen muros, desdicen el arte, pervierten la filosofía de "Muelle" y contradicen la gracia, por ejemplo, de la ingenua pintada plasmada junto a la bella plaza del manchego San Carlos del Valle que decía: "Mozas, ligar más".

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