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Abuelos

Sobre nuestros mayores y el privilegio de poder disfrutarlos

La abuela de una amiga decidió pedirle el divorcio a su marido a la semana de haber cumplido 73 años. La familia organizó un gabinete de crisis. Cuestionaron la decisión, le advirtieron de las consecuencias y le imploraron que no lo hiciera. Ella, que ya se consideraba lo suficientemente mayor como para decidir por sí misma, no dio marcha atrás. "He llevado una vida diferente de la que quería durante demasiado tiempo", nos repetía a mi amiga y a mí cuando nos invitaba a comer pasta boloñesa. Todos, salvo su nieta, la ignoraron durante bastante tiempo y se volcaron en el abandonado que, de la pena, enmudeció. La abuela no se arrepintió. La firmeza de la decisión fue lo que más mosqueó a todos. "¿Por qué complicarse? ¡A sus años! Es una egoísta cabezota", decían. Mi amiga siempre estuvo de su lado y defendió su derecho a hacer lo que quisiera independientemente de la edad. Hoy tiene 91 años y vive en su casa. Pasea, lee, está tranquila y pasa bastante tiempo con sus bisnietos. Mi amiga es especial. Nunca ha estado sujeta a imposiciones sociales. "Lo he aprendido de mi abuela". Y sonríe.

Una nieta se ha hecho famosa por enviarle a su abuela de 82 años un tutorial sobre el uso del WhatsApp. La joven, que quiere hablar con ella diariamente, le ha confeccionado una guía plagada de dibujos y de comentarios explicándole, paso a paso, cómo lanzar y escuchar audios y no morir en el intento. "Pasa el dedo por las flores como si las acariciaras" o "toca esa figurita verde rápido y suavecito", le indica. Muchos han aplaudido la simplicidad de un manual que parece inspirado en el reguetón, pero que acerca la tecnología a los mayores. En esta historia lo tecnológico es secundario. Lo prioritario es que cada mañana, esa privilegiada recibe un audio de su abuela. Con el tono, las palabras y las preguntas acertadas que solo una abuela sabe hacer.

Un compañero de trabajo ha pasado del método Montessori al del imperativo, por la gracia de otro abuelo. Mi colega, que durante un tiempo sintió que debía ser padre pluscuamperfecto, invertía todo el trayecto de casa al colegio en lanzar mensajes altamente motivantes: pasión por el aprendizaje, las puertas del conocimiento, los beneficios de la curiosidad ilimitada y demás. Hasta que un día, un estupendo señor se despidió de sus nietos con un "acabaos el bocadillo y sed buenos". Tanta sabiduría recogida en dos imperativos. Come y no fastidies. Lo otro llegará.

Hay abuelos que echan una mano en bricolaje, otros son expertos en rememorar sus batallitas y los hay que prefieren ejercer de suegros. Hay abuelas independientes, algunas son indispensables en cualquier plan de conciliación familiar, las hay de bata y rulos, metomentodos, de traje chaqueta, de cuento antes de ir a dormir o de comidita de domingo. No nos equivoquemos. Lo mejor de cualquiera de estos abuelos es el privilegio de poder disfrutarlos. Los nietos que tenemos la suerte de tener, o de haber tenido, un gran abuelo o una inmensa abuela somos afortunados. Su amor no juzga, nos quiere libres, nos mima y ve siempre lo bueno que hay en nosotros. Reconfortan y protegen. Como no tienen por qué educarnos, solo pretenden darnos buena vida. Saben poner límites, pero no tienen interés por demostrarlo. Hoy, como cualquier otro día, se merecen un homenaje.

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