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Sol y sombra

Dos horas más tarde

Mariano Rajoy ha vuelto a insistir en la conciliación laboral y en los horarios racionales. Probablemente no sirva más que para discutir sobre el sexo de los ángeles pero eso no quita para que España, la excepción europea, se haya ganado con todo merecimiento el título de campeona de las jornadas laborales largas e inútiles.

Un termómetro de esa postergación de las horas son las comidas. Se come y cena tarde. Mayormente, todo sucede dos horas después que en el resto de Europa. Aunque habría que que devolver el reloj a sus pautas de hace ochenta años, esto no ocurre exclusivamente por el desfase horario impuesto por los nazis, como se ha repetido, ni por la luz, sino por un extraño hábito adquirido que nos lleva a estar más tiempo en danza y despiertos que el resto de los mortales. Más horas haciendo de todo y, a veces, no haciendo nada.

Los malos hábitos no consisten sólo en sentarse tarde a la mesa, donde los españoles nos entretenemos más que otros europeos del norte, sino en habernos creído que somos diferentes, y en la ausencia de esa primera comida que en otros lugares se llama con mayor propiedad que aquí desayuno. Nos levantamos después que el resto de los europeos y nos acostamos cuando concluye un encuentro de fútbol, una auténtica extravagancia.

Los horarios de los comercios están partidos al medio, de manera que hay muchos momentos del día en los que podríamos comprar y sin embargo las tiendas cierran. Los vicios de los horarios se acomodan a nuestros ritmos y, así, de esta manera, nos ha ido bien, mal y peor. Se impone un cambio de costumbres. Pero hasta que eso no ocurra y en relación con las comidas, una auténtica medida de nuestro desfase, habrá que seguir el precepto italiano: "De lo buono poco, ma questo poco, abondante?", que solía repetir Julio Camba y que no hace falta traducir.

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