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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Bebé muerto en Douma

Reproducen los noticieros una imagen terrible, desgarradora. La de un bebé sirio muerto y amortajado en el suelo del hospital de Douma. La criatura parece dormida si no fuera porque la tela que le cubre, anudada con tres cintas de color azul a la altura del cráneo del pequeño difunto, de la cintura y de unos pies mínimos, delata su oficio de mortaja. En un rincón de una habitación sucia, sobre un frío suelo de baldosas, el cadáver reposa, inerte. A unos centímetros, un charco de sangre seca denuncia la tragedia sobrevenida. Se trata de un muerto más, una víctima civil que añadir a la extensa lista de cadáveres que siembran los bombardeos indiscriminados en Siria, que atacan sin miramiento a escuelas y hospitales.

La pérdida de la vida de un niño atormenta las entrañas, como un puñal que se clava en las venas con la punta envenenada en hiel. Si la muerte es violenta, el dolor se multiplica hasta el infinito y se hace infinitamente insoportable. En las zonas de conflicto bélico cuyo drama apenas encuentra ya eco en los telediarios, en Sudán, en Yemen, en Birmania, en la República Centroafricana, ha perdido valor el viejo mandamiento que obligaba a mantener con vida a los desvalidos. Las mujeres y los niños, primero. Pero las mujeres son terriblemente violadas y los niños obligados a cargar con un arma y convertirse en combatientes. Y donde debía afilarse la punta de grafito de un lápiz se saca brillo a la bayoneta. Y la escuela es un cuartel donde se imparten las asignaturas siniestras del odio y de la muerte.

¿Habrá consuelo y paz para el piloto que acciona el disparador de las bombas, para el militar que da la orden, para el poder civil que autoriza el uso de la fuerza? No, no los habrá.

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