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Covadonga Jiménez

Convertir las promesas en acciones

Sobre el Índice de Techo de Cristal, a propósito del reciente informe de Naciones Unidas acerca de la igualdad de género

Las mujeres y las niñas representan 330 millones de pobres en 89 países del mundo. Esto se traduce en que 4 mujeres viven con menos de dos dólares por día por cada 100 hombres. Se conocía hace tan sólo unos días, con motivo de la presentación del informe de Naciones Unidas "Convertir las promesas en acciones: la igualdad de género en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible". La brecha de género es particularmente amplia durante los años reproductivos.

Más del 50% de las mujeres y niñas urbanas de los mal llamados "países en desarrollo" viven en condiciones en las que carecen de, al menos, una de las siguientes condiciones: acceso a agua potable, instalaciones de saneamiento mejoradas, vivienda duradera y suficiente espacio habitable.

Entre 2010 y 2015, el mundo perdió 3,3 millones de hectáreas de áreas forestales. Las mujeres rurales pobres dependen de los recursos comunes y se ven especialmente afectadas por su agotamiento. El informe de Naciones Unidas destaca cómo, en las vidas de las mujeres y las niñas, las diferentes dimensiones del bienestar y la privación están profundamente entrelazadas: una niña que nace en un hogar pobre y es forzada a un matrimonio precoz, por ejemplo, es más probable que abandone su domicilio, la escuela, dé a luz a una edad temprana, sufra complicaciones durante el parto y experimente violencia frente a una niña de un hogar con mayores ingresos.

Garantizar que quienes ocupan posiciones de responsabilidad rindan cuentas de los compromisos de igualdad de género resulta hoy más imprescindible que nunca. El Índice de Techo de Cristal (Glass Ceiling, en su denominación anglosajona, que responde al conjunto de barreras invisibles en las que se tropiezan las mujeres en el desarrollo de su carrera profesional y que les dificultan alcanzar ese último escalón de promoción personal dentro de la esfera empresarial) clasifica los mejores y peores países para ser una mujer trabajadora, incluyendo indicadores como nivel educativo, apego al mercado laboral, salario, costos de cuidado de niños, derechos de maternidad y paternidad, y representación en puestos de alto nivel. Arroja una estadística desigual. Los nórdicos son conscientes de que la igualdad suele dar buenos resultados, mientras que la paridad en el lugar de trabajo para las mujeres en Japón, Corea del Sur y Turquía todavía va muy rezagada. América, bajo el mandato del presidente Donald Trump, subió del puesto 20 al 19 en ese Índice de Techo de Cristal, gracias en parte a una mayor tasa de participación de la fuerza laboral femenina. Y Suecia ocupa este año el primer lugar, con una buena puntuación en la participación femenina en la fuerza de trabajo, que es más del 80%, y la proporción de mujeres en el Parlamento (44%). España, sin embargo, ocupa la posición número 15 de los 29 países analizados, por delante de potencias como EE UU o Alemania, que ocupan las posiciones 19 y 20, respectivamente.

En nuestro país, las mujeres ganan un 11,5% menos que los hombres. Y su tasa de participación como fuerza laboral es 10,8 puntos más baja que la de los varones. Ellas ocupan el 30% de los cargos de gerencia y el 20% de los puestos directivos. Pese a los avances experimentados en los últimos años, los expertos retrasan ahora hasta 2030 la estimación fijada para dos años antes cuando la participación mundial de mujeres en los consejos de administración de las empresas debería llegar al 30% (la cifra es ahora del 17,3%).

Se necesitan cambios que en algunos ámbitos han comenzado a hacerse más visibles. El movimiento #MeToo, una campaña de medios sociales contra el asalto sexual y el acoso, que respalda las denuncias de conductas inapropiadas contra ciertas figuras de la industria cinematográfica, ha salido a la luz a medida que más mujeres se sienten con poder para reivindicar lo que se cita explícitamente en el informe de Naciones Unidas: convertir las promesas en acciones.

En el trabajo académico elaborado por Ana González, bajo la dirección de la catedrática Beatriz Junquera Cimadevilla, actual directora de la Cátedra de Emprendimiento de la Universidad de Oviedo, se detalla que en las organizaciones empresariales suele existir un patrón general en el que se identifica el éxito con los hombres y sus formas de gestión porque asumen un rol más agresivo, independiente, sin emociones, objetivo, dominante, competitivo y ambicioso, frente a la mujer, descrita tradicionalmente como conversadora, amable, discreta, tranquila, empática, estética o expresiva, socavando así su imagen como gestora eficaz. Pero, ¿cómo se puede cambiar esa concepción? Fomentemos referentes femeninos, eduquemos a los niños sin estereotipos y convenzámonos que hombres y mujeres pueden realizar las mismas tareas independientemente del género. Si el modelo masculino es el hardware, nosotras somos el software... con todo lo que implica el término.

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