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Sol y sombra

El asiento del conductor

David Lloyd George, primer ministro del Reino Unido entre 1916 y 1922, siempre arrastró fama de charlatán. También de veleta. Acusaba a Eamon de Valera, su homólogo irlandés, de deslizarse como el mercurio en un tenedor, y sin embargo los cambios de posición a lo largo de su vida política no se pueden calificar precisamente de desdeñables. Siendo jefe de los liberales no dudó en apoyar al nacionalismo galés, defendió medidas radicales en materia social y cuando Hitler ascendió al poder lo calificó como "el más grande alemán vivo", aunque después rectificaría para oponerse a Neville Chamberlain y al apaciguamiento en el momento en que estalló la Segunda Guerra Mundial.

Como buen y astuto oportunista, Lloyd George, viviría en los tiempos actuales más pendiente de las encuestas que de las verdaderas necesidades. Poseía una gran capacidad oratoria para estar hablando largo y tendido sin decir apenas nada. Clemenceau, el Tigre, su colega francés, llegó a decir: "¡Si yo pudiera orinar como él habla!". El escritor Arnold Bennet recordó una de sus intervenciones de casi dos horas en las que sólo fue pillado una vez utilizando un argumento. Lo único que le importaba, y en eso no se distinguía demasiado de otros políticos, era mantener a toda costa su liderazgo. Lo de menos era en que dirección viajaba el país, lo importante ocupar el asiento del conductor. En ese sentido, Puigdemont y otros dirigentes del procés se parecen mucho a él. Comparadas con sus desnortadas carreras, la dramática deriva de Cataluña les importa un rábano.

El presidente del Parlament, Roger Torrent, ha anunciado un nuevo aplazamiento del pleno de investidura ante la imposibilidad de elegir a otro candidato imputado, en esta ocasión en la cárcel. El prófugo de Bruselas acusa a los jueces y se pregunta cuánto durará esto en Europa. La respuesta es muy sencilla: el tiempo que tarden en hacerse a un lado y designen a un aspirante que no esté contaminado por el delito.

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