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Bestial y precioso

Contra el mito más misógino, el de que las mujeres somos muy malas entre nosotras

De todos los mitos misóginos que me he ido encontrando, quizás el que más agonía me produce es el que afirma que las mujeres somos muy malas entre nosotras. Que nos corroen los celos, la envidia y la competitividad. Que en cuanto nos descuidamos nos arreamos una puñalada por la espalda. Esa miga de pan sexista es especialmente dañina por dos motivos. De un lado, nos retrata como a seres repugnantes y pérfidos, harpías traicioneras. Pero, además, al convertirnos en enemigas naturales, desarticula cualquier posibilidad de lucha en común. Un eterno duelo entre Blancanieves y su madrastra. Desgraciadamente, esta idea de la rivalidad femenina está tan arraigada en el imaginario popular que todavía son muchas las mujeres que lo creen a pies juntillas y nunca llegan a sentir la fuerza y el ímpetu que se adquieren al adentrarse en la sororidad.

Quizás por ello, las imágenes de las manifestaciones del pasado 8 de marzo resultan especialmente conmovedoras. Y es que, más allá de consignas y reivindicaciones, lo que pudimos ver fue a un montón de mujeres cuidándose y deseándose solamente cosas buenas. Mujeres de toda edad y condición. Sonrientes, emocionadas, con esa energía propia de los días históricos. Con esa electrizante atmósfera de los instantes que intuimos trascendentes.

Riadas y riadas de mujeres festejando que, pese a todo, siguen vivas y exigen erigirse como dueñas absolutas de su presente. Siendo la voz de las que no tienen voz, de las que ese día no pudieron abandonar sus obligaciones. Recordando a las que ya no están, a las que nunca pudieron colapsar las ciudades con sus ansias de vida. Peleando por todas. Y haciéndolo desde la alegría, porque como dijo Emma Goldman, "si no puedo bailar, tu revolución no me interesa". También hombres acompañando, pues este mundo sin machismo que estamos construyendo les incluye y les incumbe. Qué bonito, qué abrumador y qué potente. Vaya responsabilidad tan grande tenemos ahora de no echarlo a perder. Porque inundar las calles no ha sido una culminación, sino un inicio.

Se ha intentado presentar la protesta feminista como una excentricidad de cuatro fanáticas desquiciadas. Un grito absurdo y anacrónico que solamente interesaba a un puñado de histéricas amargadas. Sin embargo, el desbordamiento total vivido el jueves demuestra lo contrario. El feminismo ya es masivo e imparable. El feminismo ya es mainstream, como las croquetas, como Chenoa. Así se van construyendo las victorias. Porque si de verdad aspiramos a transformar las cosas, debemos apostar por un movimiento inclusivo, interseccional y transversal. Un espacio desde el que crear, cuidar y disfrutar de la existencia. Lo ocurrido el 8 de marzo de 2018 fue bestial y precioso. Gracias por hacerlo posible. Ahora ya solamente nos queda cambiar el mundo.

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