La cara de póquer es la mueca inexpresiva que intenta poner el jugador para que sus contrincantes no obtengan por su rostro información alguna de que lleva una buena mano. O de que juega de farol. Ayer se jugó bastante de farol en el debate del Congreso sobre las pensiones. Quizá hasta puede decirse que en su conjunto se trató de un gran farol parlamentario.
El propio formato del debate tuvo cierta intendencia fullera: comparecencia a petición de Rajoy, con tiempo ilimitado para él e intervenciones tasadas para el resto y, sobre todo, sin votación alguna de propuestas.
El presidente jugó sus cartas (la creación de empleo, el llamamiento al diálogo en el Pacto de Toledo...) y pidió que las pensiones no se usen arteramente para la estrategia partidaria. Puso cara de póquer para que se notara lo menos posible que en 2011, a las puertas de los comicios que le dieron el triunfo, el PP usó más que nadie las pensiones como ariete electoral después de haber condenado públicamente una reforma (la de Zapatero) que por dentro compartía y que asumió cuando se instaló en la Moncloa.
Margarita Robles ejerció el social-sanchismo reprochando al PP que hubiera dinero para "rescatar a la banca" y no para los pensionistas. Intentó poner cara de póquer para que sólo de pasada un adversario de la izquierda le recordará que el rescate de la banca lo fue en verdad principalmente de una parte de las cajas de ahorros y que entre los gestores penalmente procesados hay, además de un exvicepresidente del Gobierno del PP (Rodrigo Rato), otro del PSOE (Narcís Serra).
Pablo Iglesias no tiene cadáveres en el armario de la crisis financiera, pero hubo de poner cara de póquer cuando Rajoy le recordó que en la Grecia rescatada de Tsipras, en su tiempo referencia de Podemos, se bajaron las pensiones el 30%. Albert Rivera puso tal cara de póquer que casi no se movió. Para seguir saliendo en la foto y en las encuestas.
