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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Una lupa sobre algunas brechas

Tras el enorme éxito de la manifestación-huelga del Día de la Mujer

La manifestación-huelga del Día de la Mujer ha tenido un enorme éxito. Las causas han sido complejas: a las razones objetivas se ha unido un cierto clima emocional, determinadas prédicas e, incluso, una coyuntura discursivo-emocional de carácter internacional, la del "Me too".

Uno de los parámetros que han creado ese clima ha sido el de la llamada brecha salarial. Pongamos la lupa sobre ese argumento. ¿Existe diferencia entre los salarios de hombres y mujeres por el trabajo realizado? Existe si consideramos lo cobrado por el conjunto de varones y hembras. Pero cuando analizamos objetivamente las razones de esa diferencia no encontramos discriminación concreta entre portadores del cromosoma Y frente a los del cromosoma X. En otras palabras, tanto en la Administración como en el ámbito de la economía privada las personas que realizan el mismo trabajo tienen exactamente el mismo salario. ¿Dónde se producen las diferencias? En primer lugar, en el tipo de trabajo, en segundo lugar, en el tipo de complementos, especialmente en los de antigüedad y dedicación. Diferencias que se producen del mismo modo entre varones que difieran en esos parámetros.

Un caso muy especial lo representan los vectores de la maternidad y del cuidado de los mayores. Son ellos los causantes de un alto porcentaje de las diferencias salariales dentro del mismo ámbito de trabajo. Es posible que aquí la legislación pudiese introducir alguna variable que paliase esas diferencias, pero el centro de la cuestión no radica en el empleo, sino en las relaciones sociales y de pareja: es una cuestión fundamentalmente cultural. Que conste, además, que el problema, desde el punto de vista social, colectivo, no es tanto el de las mujeres que ven mermada su proyección por tener hijos, sino el de las que deciden no tenerlos, o restringen su número, por poder seguir su vocación o asegurar su independencia económica.

Hay, de todas maneras, que subrayar que una parte del discurso en torno a este parámetro de la diferencia causada por razones de la atención familiar tiene una visión reduccionista e imperativa: se basa en la idea de que todas las mujeres deben preferir entregarse por completo al trabajo y lo prefieran, y que aquellas que no lo hicieren y eligiesen otras opciones son mujeres alienadas o no-mujeres. Pregunten ustedes en su entorno, fuera de la hora de los mítines. Verán cómo hay muchos proyectos vitales distintos, visiones del mundo y del yo variopintos.

En este clima discursivo-reivindicativo se introducen propuestas y análisis muy discutibles. Por ejemplo, si ustedes releen las páginas de LA NUEVA ESPAÑA de estas semanas se encontrarán con que en algunas profesiones, como la de bombero, es extraña o nula la presencia de mujeres porque no pueden superar las pruebas físicas. Pues bien, lo que los igualitaristas proponen es que se discrimine positivamente a las damas rebajando las exigencias de las pruebas. Pero entonces, ¿qué clase de igualitarismo es ese? Si esas exigencias son necesarias, demándense para todos; si no lo son, que se rebajen también para los varones.

Recientemente, al discurso sobre la brecha salarial ha venido a sumarse el de la brecha en las pensiones. Ciertamente, también aquí el conjunto de las pensiones medias de las mujeres es inferior al de los varones. Pero la causa no estriba, como parece sugerirse, en alguna conspiración chestertoniana, sino en las condiciones objetivas de la obtención de una pensión: el haber o no cotizado, los años de cotización y la cuantía por la que se cotiza, el cobrar la pensión propia (en el caso de las mujeres) o la del cónyuge, una vez fallecido éste, etc. Individualmente, existe la misma brecha entre el ciudadano varón que ha cotizado pocos años o que lo ha hecho en escasa cantidad y otro que tiene parámetros distintos a la hora de jubilarse. ¿Ha de subirse la pensión a todos o sólo a las mujeres? ¿Lo que se propone es una pensión igualitaria universal, al margen de la historia laboral de cada uno? ¡Quién lo sabe!

En esta marejada de proclamas, declaraciones y reivindicaciones, uno echa de menos la voz de los empresarios, masculinos y femeninos. Ellos son quienes conocen de primera mano la realidad del trabajo y los límites de lo que es posible dentro de la empresa. Porque es de temer que se legisle de forma temeraria en esta materia, imponiendo condiciones que, si la Administración tal vez pueda soportar -a fin de cuentas trabaja con dinero de nadie, que diría doña Carmen Calvo-, en la empresa por antonomasia, la privada, retraería el empleo o la pondría en peligro, con la consiguiente destrucción de puestos: no se nos pase por alto que más del 90% de las empresas españolas (en Asturies, el 95%) son microempresas.

No lo olvidemos, así como que aquí no es infrecuente que se legisle con dos "con": con desconocimiento real de aquello sobre lo que se legisla y, por tanto, con ese sustantivo que tantos confunden con las témporas.

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