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Europa, inevitable ritmo lento

La victoria de Macron en las elecciones francesas de mayo pasado -junto a las previsiones de una cómoda victoria de Merkel en Alemania en setiembre- dispararon las esperanzas de que el eje franco-alemán imprimiría más vitalidad y velocidad a la integración europea. Pero enseguida empezaron los problemas. Primero el nuevo gobierno Merkel se ha retrasado seis meses en su formación. Inevitable tiempo de espera. Luego, en las elecciones italianas del 4 de marzo, los partidos reticentes (o contrarios) al euro consiguieron un 55% de los votos y la formación del nuevo gobierno italiano se prevé más complicada que la del alemán.

La consecuencia es que el relanzamiento europeo va a encontrarse con dificultades y no va a ser rápido. Además, el relanzamiento ha topado con una resistencia discreta pero firme de un grupo de países nórdicos comandados por Holanda y en el que están Austria, Finlandia, Irlanda, algún báltico e incluso Dinamarca y Suecia, que están en la UE pero no en la zona euro.

El primer ministro holandés, Mark Rutte, liberal conservador, se ha erigido en convencido portavoz de este grupo con tres grandes mensajes: no aumento de las contribuciones al presupuesto comunitario pese a la salida de Gran Bretaña, firmeza en que la UE no puede ser una unión de transferencias de países ricos a los más pobres, y finalmente máxima prudencia ante los avances hacia una mayor integración como los propuestos por Macron.

Rutte viene defendiendo estas posiciones desde hace tiempo. Su principal argumento es que en este momento los pueblos desconfían del proyecto europeo y que por lo tanto la mejor forma de defenderlo es no lanzar planes de una mayor unión. En ese caso las opiniones públicas se movilizarían en contra. Y está pasando algo de esto. No sólo en Holanda

Y criticando las recientes propuestas federalistas de Jean Claude Juncker, el presidente de la Comisión de Bruselas, Rutte no ocultó su oposición con una frase contundente: "cuando se tienen visiones, lo mejor es ir al oculista".

Europa seguirá a ritmo lento. ¿Será suficiente?

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