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Fernando Granda

Los niños y sus juegos

Salíamos del colegio tras una jornada de seis horas, llegábamos a casa a la hora de la merienda. Matada la gazuza nos poníamos a hacer los deberes, unas cuentas, una lectura y repaso de alguna lección que habíamos dado en clase. Después, a jugar. Si llovía, en casa, normalmente en el parque, en la plaza, en la calle. Con los compañeros de colegio, con amigos del barrio. A las chapas, al escondite, al piocampo, al pañuelo, al castro, a los columpios? cada uno según la edad, los gustos. Éramos niños y hacíamos vida de niños. Normalmente aún no teníamos edad para "ayudar en casa". Al menos la mayoría. Así crecimos.

Hasta la edad de ir al colegio jugábamos en casa, en el patio, nos llevaban al parque. Nos entreteníamos dibujando, con muñecos, con peluches, con juguetes. Sin tener deberes. Cuando llegábamos a los diez o doce años, algunos teníamos alguna actividad extraescolar: podíamos estudiar un idioma, dibujo, música, poco más. Éramos niños y así crecimos. En el marco de la vida cotidiana, más o menos, éramos libres. Como circulaban pocos coches, nos dejaban ir solos a casa de los amigos, a algún recado, a comprar chucherías.

No había televisión, ni videojuegos y nos divertíamos jugando al balón, a las canicas, a la peonza, con una bicicleta, patinando, haciendo carreras con tapones de botellas por unos circuitos pintados con tiza en el suelo. También coleccionábamos cromos, recortables, trajes de muñecas y soldaditos de plomo, de barro o de goma. El domingo íbamos al cine, al fútbol, a buscar alguna propina de los abuelos. Lo mismo los niños de Madrid, de Antequera, de Gijón o de La Felguera.

Hoy esa vida es casi imposible. Pocos niños pueden disfrutar de ese asueto temprano, salvo en perdidas aldeas. De muy pequeños entran en guarderías. Luego viene el colegio, pero no conformes con la jornada escolar han de acudir a actividades extraescolares: idioma, natación, música, manualidades. Pero ya no como entretenimiento sino como actividad formativa casi imprescindible para prepararse para un futuro competitivo. Se acaba entonces la diversión y empieza la obligación. De las seis horas de colegio se pasa a las nueve. Y del juego al cansancio.

Ya es difícil salir a jugar al parque, ir casa de los amigos a los que se ve los días sin "cole" o si son hijos de los amigos de los padres. Si éstos son muy estrictos hasta limitan el ver la televisión o pasar un rato con un videojuego. En resumen, los niños tienen ahora muy difícil el juego y la diversión. Han pasado de ser libres a cautivos de una competitividad que no les corresponde por su edad.

Acudo al diccionario para ver si es correcto el empleo de la palabra infantilista al igual que un partido se titula animalista. Aunque la Real Academia admite esta última, sus acepciones no son las que los defensores de los animales manejan. La R.A.E. no contempla infantilista. Pero pienso que los académicos son más liberales que los políticos en cuanto a lo "políticamente correcto", y decido emplear la palabra para defender a los niños.

Creo que los niños deben ser tratados como niños, es la única parte de su vida en la que pueden jugar, entretenerse, divertirse. La jornada escolar está estudiada por expertos para cada tramo de vida. Una, dos o tres horas extras no pueden ser beneficiosas para su desarrollo. El aprendizaje tiene unos ritmos y forzarlo puede ser perjudicial para el carácter, la salud y el sentido de la vida futura. Me declaro infantilista, defensor de los infantes, de los niños. Que jueguen, que se rían, que se diviertan. Conozco un caso de un niño que tras la primera clase de música extraescolar salió diciendo que no volvía. Sin embargo, hoy habla un inglés perfecto. Lo aprendió viendo series de televisión.

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