La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Xuan Xosé Sánchez Vicente

Física social

El aumento del voto de ultraderecha en la Unión Europea

No sé si se habrán dado cuenta de un fenómeno que está creciendo en el interior de "nuestra casa", en la Unión Europea: el crecimiento de un voto que suele calificarse como de "ultraderecha" o de "fascista", pero que es bastante más que eso. No es tanto el resultado de una propuesta como el reflejo de una situación de profundo malestar social causado por la inmigración. Aclarémoslo más: no son unos cuantos ideólogos extremistas (que puede que en algún caso lo sean) quienes constituyen el soporte de esas manifestaciones, sino miles de ciudadanos con su voto.

Titulares de LA NUEVA ESPAÑA del 6 de marzo: "Vuelco electoral en las legislativas italianas. Macron atribuye a la "presión brutal" de la inmigración el resultado". Y despliega: "[Macron] vinculó el resultado de las legislativas italianas con el 'contexto brutal' derivado de la inmigración, en la medida en que considera que los últimos flujos masivos han afectado al día a día de los ciudadanos".

¡Si sabrá el presidente francés bien de qué habla! Desde hace décadas, un partido calificado como ultraderechista, xenófobo y de programa antieuropeo, el lepenista, obtiene notables resultados, y compite, incluso, por la Presidencia de la República. Lo destacable es que su voto proviene fundamentalmente de votantes obreros, de los barrios antiguamente de izquierdas. Y, si miramos hacia el Este de Europa, hacia los países recién incorporados a la UE, observaremos el mismo fenómeno en varios de ellos. En Holanda un partido calificado como xenófobo ha estado a punto de ganar las últimas elecciones. El Brexit inglés ha de interpretarse, asimismo, en gran parte en esta clave.

Pero, sin duda, el ejemplo reciente y más notable de ese fenómeno de reacción ciudadana ha sido lo sucedido en Alemania. Angela Merkel, la política europea más generosa, en palabras y hechos, con la inmigración, ha sido severamente sancionada en las urnas, en cumplimiento tal vez de aquella sentencia cínica que afirma que no hay ninguna buena acción que no tenga su castigo.

El problema de la inmigración tiene dos caras. La primera es la de la solidaridad y la tristeza que nos embargan al ver llegar las pateras o al recontar los cadáveres en la mar o en las playas; la desolación y la esperanza que cada uno de esos seres humanos trae consigo. La segunda, ocurre a continuación con la convivencia y la integración o no de esos inmigrantes en nuestras sociedades.

A partir de un volumen determinado de inmigrantes conviviendo con los residentes tradicionales es inevitable que surjan roces y malestar. Unas veces por la mera convivencia diaria: aquello que es habitual para nosotros en materia de ruidos o hábitos de conducta en el vecindario no lo es para los recién llegados. En algunos casos es su religión la que induce hábitos inaceptables o extrañables. Algunos se adaptan, otros no, y forman una especie de cápsula impenetrable. No son menores los conflictos por la asistencia pública en materia de subvenciones, comedores escolares, plazas de colegio, viviendas públicas, etc., donde, de forma exagerada o no, los residentes tradicionales ven menoscabados sus derechos por los recién llegados. Pregunten ustedes en sus barrios y escuchen, también aquí, la marea. No se trata, pues, inicialmente de un conflicto de ideología, de prejuicios, sino de un efecto que surge a partir de un cierto tamaño del grupo allegado y su relación con el otro. Es pura física social, es decir, prácticamente inevitable. Por eso, es más fácil el altruismo desde una urbanización residencial que desde un barrio.

Convendría que tuviésemos esto en cuenta al actuar y al ejercer la necesaria solidaridad. Esto es, que tuviésemos en cuenta la realidad y los efectos que unas acciones tienen sobre otras. Porque no creo que fomentar (sin pretenderlo) esos problemas en la población y esas reacciones en el voto sea interés de casi nadie; que de algunos, sí lo es.

Y, por cierto, convendría no dejarse llevar por la falacia argumental de los eslóganes populistas y buenistas, como el de "ningún ser humano es ilegal". Efectivamente, es tan cierto como el de "ningún ser humano es legal". Porque lo que son legales o ilegales son los actos de los seres humanos. En lo demás, todos iguales.

Compartir el artículo

stats