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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Quini común y extraordinario

Me pide Pablo Monella, cámara en ristre, que le hable un par de minutos de Quini, no del futbolista grandioso, sino del ser humano de carne y hueso, para su próximo documental, dedicado a la memoria imperecedera de El Brujo.

Sin haber mantenido con el excelso deportista recientemente fallecido más que un par de ligeras conversaciones apenas trascedentes -no milito en esa legión de fetichistas que acumulan ya varias semanas exhibiendo fotografías propias con el personaje como si fueran trofeos de feria- cabe decir que Quini fue, para mi gusto, un hombre común verdaderamente extraordinario.

Dicen que no hay nada más parecido a la soberbia que el exceso de humildad. En el caso de Quini cabe opinar que su humildad, proverbial, no era impostada. Supo caminar por la vida con idéntico señorío que exhibió sobre el césped: sin apabullar pese a haber sido uno de los mayores depredadores del área rival en la reciente historia del fútbol español. De ahí las frecuentes muestras de cariño y admiración y las sentidas condolencias en todos los terrenos de juego del país, cuando se conoció la inesperada y luctuosa noticia de su fallecimiento.

Si el fútbol es la única religión conocida sin ateos, posiblemente Enrique Castro haya sido, para Asturias, el sumo sacerdote de la liturgia sportinguista, esa celebración semanal que congrega a más fieles en el estadio y en los bares que creyentes de otros credos en iglesias y templos.

Si me pidieran una frase para definir a Quini, por algún detalle que lo hiciera aún más admirable, diría que, a la vista de esos saltos de rematador implacable, El Brujo fue un tipo que voló muy alto sin haber hecho curso de piloto.

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