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Al fondo, a la izquierda

El auge de Ciudadanos

Yo siempre he descreído que España fuera un país de centroizquierda. España tiene un electorado muy mayoritariamente moderado. Moderadamente de derechas y moderadamente progresista. El largo periodo de victorias electorales del PSOE se debe, sobre todo, a que la derecha de los 80 y principios de los 90 se vinculaba aun simbólica, semánticamente al franquismo. El cuanto la derecha española, bajo el liderazgo de Aznar, se desfranquistó sustancial, que no enteramente, comenzó a crecer con feroz eficacia por el espectro céntrico, centrista y centrado del espacio socioelectoral. Los gestos autoritarios del segundo mandato de Aznar y la guerra en Oriente Medio, vinculada emocionalmente con un atroz atentado terrorista en Madrid, concedió una nueva oportunidad al PSOE de Rodríguez Zapatero, que simulaba su básica moderación con gestos sin duda valiosos y muy civilizatorios, pero esencialmente culturales, como el matrimonio homosexual.

Una sociedad política bipartidista es una sociedad políticamente moderada. Ha sido un grave error suponer que la estructural crisis económica, que ha traído una perversa y dañina mutación del pacto social, del Estado de Bienestar y de los valores democráticos, llevaría a ningún tipo de radicalismo, a la ruptura del moderantismo, a una suerte de empoderamiento de las indignaciones vertebradas en un proyecto de transformación local. La gente morirá en el futuro defendiendo sus televisiones de plasma, no su dignidad ciudadana, y admitirá que su tarjeta de crédito es su irremplazable documento de identidad. Ese estupor inefable de la izquierda cuando descubre que sus convicciones -que son las buenas- no son compartidas universalmente... No son compartidas, de hecho, por la suficiente gente como para ganar unas elecciones y desembarcar en el Gobierno. Basta con que llegue un partido fresco que parece diseñado por monitores de fitness, peluqueros a navaja, sastres italianos y odontólogos californianos: Ciudadanos, por supuesto. Hace un par de años socialdemócratas nunca demasiado explícitos y ahora liberales que no ignoran que los pobres tienen su corazoncito. En Cataluña descubrieron que bastaba con tomar el eslogan del enemigo hegemónico -"España nos roba"- y adaptarlo sencillamente -"los nacionalistas nos roban"- a su imperativo electoral. Las autonomías están bien, siempre que se gobiernen desde Madrid, una cuadratura del círculo que Albert Rivera resolverá cada mañana. Si no fuera por los nacionalistas, la corrupción endémica y los excesivos impuestos de una derecha que es tan casposa como reglamentista, España sería un paraíso donde brotarían la leche y la miel. Y a la gente le gusta. Le gusta mucho más que un PSOE atrincherado en una militancia obcecada -todos los partidos que se encierran en su militancia acaban devorados por ella- y por una izquierda redentorista que apuesta a cualquier cosa (la patria, la república, la unidad de España, el derecho a autodeterminarse, la propiedad privada, los procesos de desprivatización) para ganar un voto o desestabilizar institucionalmente al país y ganar otro voto.

¿Y a esto lo llamábamos un país de centroizquierda? Por favor. Esto siempre ha sido un bar. Y como sabe cualquier parroquiano, lo que siempre ha estado al fondo, a la izquierda, son los servicios, con el cartelito de tirar de la cadena cuando termine.

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