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La revolución del automóvil

Primeros días del otoño de 1799. Un joven general francés, Napoleón, acaba de desembarcar en Toulon con el propósito de hacerse cargo de todo el poder en una República que no ha sabido alcanzar todos sus objetivos revolucionarios. Mientras eso ocurre, un científico visionario, Philippe Lebon, charla con un amigo en una estancia de su domicilio mientras repasa los últimos datos de un invento que está a punto de patentar y que revolucionará la manera de vivir en el mundo entero. Un invento que ya había anticipado Roger Bacon en 1618 al escribir que "Por medio de la ciencia y el arte será posible construir un coche que se mueva con una velocidad milagrosa, sin ayuda de caballos ni otros animales de tiro".

Lebon está entusiasmado con el proyecto de una máquina que se ha de mover por gas y defiende ante su amigo los beneficios que rendirá a la humanidad. "Se trata -le dice- de un motor que ocupa muy poco espacio, pero desarrolla una fuerza enorme, superior a la de cuatro caballos. Será capaz de mover un carro de posta ordinario, sin inquietar a los pasajeros. Ahora dime una cosa ¿no es ese acaso el verdadero bienestar? Dentro de cien o cincuenta años todos los ciudadanos tendrá su propio coche automóvil. Y los hombres recorrerán medio mundo. Ya no tendrán patria. Porque su patria estará en cualquier parte. Serán felices como los dioses del Olimpo". Y así, pero con mucha mayor gracia literaria, inicia el famoso escritor ruso Ilya Ehrenburg su entretenido libro "Historia del automóvil", por cuyas páginas desfilan personajes como Henry Ford, Andre Citroen, JP Morgan, Henry Deterting, Michelin y algunos más relacionados con los sectores necesarios para el desarrollo de la nueva industria. Un libro muy recomendable porque Ehrenburg, que siguió como periodista la guerra civil española, es un formidable escritor, que nos ha dejado unas reflexiones muy interesantes y válidas para observar el papel fundamental del automóvil en la civilización moderna.

Desde luego, no todas las profecías de Lebon sobre la felicidad universal gracias a la posesión de un coche se han cumplido, pese a los esfuerzos publicitarios de sus fabricantes. Muy al contrario, los automóviles han contribuido a incrementar los niveles de contaminación en las ciudades, y ya nadie duda de que son coadyuvantes decisivos en acelerar el cambio climático. De hecho, una de las tareas principales de las autoridades municipales en todo el mundo consiste en arbitrar medidas para limitar su uso. Unas veces prohibiendo, de forma alternativa, la circulación de las matriculas pares sobre las impares en días de agobiante contaminación. Y otras favoreciendo la presencia en calles y carreteras de vehículos híbridos y eléctricos, que parece la solución de futuro más sensata y más viable técnicamente por el momento.

Viene a cuento lo que antecede al haber leído en la prensa una información sobre los apuros financieros de Tesla, un fabricante de vehículos eléctricos y autónomos, es decir de vehículos que se conducen solos. Un gran avance desde el punto de vista de la seguridad pero un golpe para la autoestima de los conductores. Sobre todo para los que gustan de saltarse las reglas.

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