A nadie que conozca mínimamente Asturies le extrañará la troquelación. No sólo es la lluvia, son sus efectos. LA NUEVA ESPAÑA, miércoles 4: los vecinos de Caso y aledaños se manifiestan por el argayu (que no "argayo", ¿y por qué no "fana"?) de Anzó; en Aller proponen voladuras en la nieve para prevenir aludes (a propósito, tenemos palabras propias para ese fenómeno: trabe, ábanu, arba?). El día anterior se nos dice que la carretera de Perlleces (Cangues) está medio cortada por una fana. Y no habrá seguramente concejo que este último año no haya padecido por esa causa.
De todo ello me llaman particularmente la atención las manifestaciones de los vecinos de Caso, pidiendo "plazos" al Gobierno para reabrir el paso. Comprendo perfectamente las molestias y la incomodidad de todos ellos, comerciantes, trabajadores, visitantes, todos en general, obligados a circular por la ruta de El Infiestu.
Pero en el fondo de esas protestas veo la expresión de un errado y generalizado entendimiento de la Administración y la política: el que la Administración todo lo puede, y que si no puede es que no quiere. Desde el primer día se ha atendido el accidente. Pero lo sorprendente es lo de los plazos. ¿Qué plazos se podrían dar si nadie sabe cuál es la amenaza de la montaña? Y no olvidemos que hay obreros en riesgo.
Y el mismo día aparece Luis Enrique, afirmando que los catalanes son "la hostia" y están muy por encima del resto de España. ¿Todos los catalanes? ¿Los no separatistas también? ¿Asimismo los del 3% y el Liceu? ¿Y los asturianos? ¿No somos también "la hostia"? ¿No hay ni siquiera un puñado que nos pueda salvar, como no hubo en Sodoma?
¡Home, don Luis!
Eso sí que ha sido un argayu discursivo. Como "fíu del agua", que también es.
