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Cuatro Reyes y dos Papas

Problemas por la abundancia de jerarquías

Creían los más ingenuos que el trono y el altar son cosa de otro tiempo; pero no hay más que ver los cuatro Reyes que mantiene España y los dos Papas que conviven en Roma para que nos percatemos del error. Entre titulares y eméritos, padecemos -o gozamos- de una abundancia de jerarquías que acaso sea fuente de conflictos como el que se produjo en la catedral de Palma.

Felizmente, no se han dado hasta ahora en el Vaticano roces ni celos entre el titular Francisco y el emérito Benedicto XVI, lo que siempre es de apreciar. Mal asunto sería que se enfrentasen por cuestiones teológicas o, peor aún, futbolísticas, un argentino y un alemán. Al menos en el caso de los varones, no tiene por qué haber disputas entre los pontífices y reyes que ya se han jubilado y los que siguen en activo. Así ha ocurrido, de hecho, con el Papa emérito que se retiró para entregarse a la oración y el meritorio Rey de España que hizo lo propio para ocupar sus ocios en las regatas y los restaurantes Michelín. Ninguno de ellos interfiere en el gobierno de sus sucesores.

Otra cosa son las familias, que en el caso de los reyes forman parte de la institución. Como cualquier otra, la de un monarca en ejercicio se compone de padres, madres, hijos, yernos, abuelos y -lo que interesa al caso- suegras y nueras. Todos los tópicos tienen algún fundamento, de modo que la mala relación que tradicionalmente se atribuye a las suegras con las esposas de sus hijos podría darse tanto en las estirpes reales como en las de operarios de la construcción.

Quizá esto ayude a explicar el lance en una catedral que tanto viene dando que hablar desde hace una semana. No todos los días se ve a dos reinas discutiendo en público por asuntos probablemente domésticos; pero eso equivale a ignorar que, más allá de su elevada condición, eran suegra y nuera.

Dado que en España existe aún el delito de injurias a la Corona, podría producirse en ocasiones así una curiosa situación. Tras la pelotera real del otro día, unos van a favor de la reina Sofía y los menos militan en el bando de la reina Letizia; pero más allá de eso son muchos los que interpretan el lance como un desaire de la consorte a la emérita. Y el Código Penal contempla penas para quienes injurien al Rey "o a cualquiera de sus ascendientes", entre los que, como es natural, figura la madre del soberano.

No llegará la trifulca tan lejos como para que un juez celoso en la aplicación de la ley investigue a la esposa de Felipe VI por presunta humillación a su real suegra. A lo sumo -y no es poco-, el incidente sirve para demostrar hasta qué punto resulta anacrónico el delito de injurias a la Corona, castigado en España con penas de cárcel. Bien lo sabe algún rapero audaz al que le han caído tres años y seis meses de galeras por incurrir -entre otras cosas- en "injurias graves" a la institución monárquica.

Nada de esto tendría importancia de no ser porque la Constitución atribuye al Rey un carácter "simbólico" y "representativo" de la nación. Puede que las cosas fuesen más sencillas si los monarcas y papas no se multiplicasen como sucede en la actualidad. Acabaremos echando de menos aquellos tiempos en que solo había dos reyes -uno de ellos, consorte- y un Papa. El póquer de reyes no siempre es una buena mano.

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