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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

El pulpo Mariño

Dicen que para ser portero de fútbol hay que estar un poco desprovisto de azotea. Tiene su explicación: nadie en su sano juicio se juega el físico y pone la cara donde el delantero pone el pie. La enciclopedia futbolística está repleta de guardametas excéntricos, como el Loco Gatti, que como su apelativo indica estaba como una cabra. O Higuita, que despejaba balones de espuela, al modo de un escorpión paticorto, y que más que un portero parecía el batería de un grupo metalero. O aquel mexicano, Jorge Campos, que utilizaba atuendos que parecían diseños de Ágata Ruiz de la Prada. O Paco Buyo, que ni jugaba con el pie ni con la cabeza.

El fútbol es un deporte de equipo que se convierte en individual cuando el arquero comete un error garrafal, de ésos que te echan encima de por vida a la grada. Como el que cometió Keylor en el tercer gol de la Juve. Si ese fallo llega a costar la eliminación, Navas habría sido sentenciado al paredón de los héroes incomprendidos.

Así ocurre que en ocasiones el salvavidas, el muro se convierte en el payaso de las bofetadas (¿será por eso que Buffon se apellida bufón?), y todas las flechas empiezan a apuntar al arquero. No hay cancerbero que al menos una vez en su vida no se haya visto obligado a trocar su vestimenta en la de un mártir o la de un penitente.

No es el caso de Diego Mariño, meta del Sporting: el gallego ha malacostumbrado a los suyos a ejercer de pulpo, con la efectividad del kraken. No se parece en nada Mariño a los porteros destartalados de la epopeya futbolística. Tan sereno, tan poco amigo de los aspavientos que habría que cambiarle la nominación: discreción de nombre y cautela de apellido.

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