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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

El país de la mentira

La corrupción en la vida cotidiana: impago de impuestos, obras ilegales, másteres "fabricados"...

Comenzamos por falsificar las notas en la adolescencia para evitar el castigo de los padres. Poco después, falsificamos un DNI para poder entrar en una discoteca sin haber cumplido la edad requerida. Copiamos en los exámenes para aprobar la asignatura de ese profesor que nos tiene manía. Hinchamos nuestro currículum -nivel de inglés alto- para competir dignamente en el mercado de trabajo. Volvemos a falsificar un carné -de estudiante o de periodista- si con él disfrutamos de algún descuento. Fichamos -hoy por ti, mañana por mí- por el compañero de trabajo. Compramos entradas en la reventa para no hacer cola. Descargamos películas piratas de internet para que no nos timen las multinacionales. Nos ponemos de acuerdo con el operario de tuno para obviar el pago del IVA. Mejor paramos aquí, porque resultaría interminable.

No todo el mundo habrá hecho todas estas trampas, pero estoy seguro de que la mayoría han recurrido alguna vez a, por lo menos, alguno de estos atajos. Yo mismo debo confesar que en alguna de estas faltas -no todas- he incurrido y no diré cuáles. La picaresca es parte de nosotros. Toda esa sucesión de picardías -falsificar, evadir, robar- forma parte natural de nuestras vidas. Somos muy indulgentes y consideramos que se trata de pecadillos, de travesuras de niñatos.

Siempre me ha llamado la atención la facilidad con que los norteamericanos se manejan con cheques. Los admiten en todos los sitios, porque los cheques son documentos públicos, son sagrados, se basan en la confianza mutua. Intente pagar aquí con un cheque en el supermercado y verá la risa que les entra.

No se me olvidará nunca la cara que me puso un estudiante de Los Ángeles, hace ya muchos años, cuando le pregunté maliciosamente y para intentar intimar si allí se copiaba mucho. Creí que iba a llamar a la policía. ¿Acaso yo no sabía que eso era un delito? Es más, ¿cómo era capaz de hacer tamaña maldad a los alumnos que competían limpiamente? Copiar, falsificar un cheque o un carné es cosa de la alta delincuencia, no de la vida cotidiana.

Probablemente se trate de una cuestión cultural. Ellos son calvinistas, son de los que piensan que cuando alguien está en el paro es por su culpa y no por culpa del sistema, y que cuando alguien hace trampa, la trampa se la hace a sí mismo, no al sistema. En cambio, los católicos mediterráneos somos más de culpar al sistema de todos nuestros males, lo que convierte en lícito, y hasta plausible, engañar al sistema. Mitos como los del Dioni o el de quien roba al ladrón? serían impensables en el mundo anglosajón. Sí, cierto que ellos tienen a Robin Hood, pero el noble de Sherwood robaba para repartirlo entre los pobres, no para quedárselo él.

Mirando las páginas de los periódicos estos días, asistimos escandalizados a la falsificación de firmas en la Universidad, al abultamiento de los currículos, a la concesión de títulos que no se han ganado. Es el reflejo de la sociedad, sí, pero no por eso deja de tener una extrema gravedad. En este caso, para más inri, son políticos -que deberían ser ejemplares- los que mienten. Recuerden una vez más cómo Richard Nixon no cayó por encubrir a unos delincuentes, ni Bill Clinton por ser infiel, sino que ambos tuvieron que pagar el precio de ser mentirosos. En España tenemos tan asumido que la mentira es inherente a la clase política que el que no miente nos parece un panoli.

Igual de panoli que alguien se siente al ser el único que hace las cosas bien. Y, además, es tan fácil dejarse llevar. Se empieza por falsificar las inocentes notas de la ESO y se acaba por no pagar el IBI de la piscina; total, no la ve nadie. La pasada semana se supo que en Asturias, desde que se utilizan drones, se han descubierto más de 40.000 inmuebles con ampliaciones y reformas ilegales y 900 piscinas particulares clandestinas. De ahí a "fabricar" un máster no hay nada. Resulta tan fácil engañarse a uno mismo que es difícil sustraerse a la tentación.

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