La recuperación anímica del Sporting es merecedora de una tesis doctoral en Psicología Deportiva. Hace justo una vuelta, el equipo deambulaba por campo propio y ajeno como alma en pena y hacerse un hueco en los puestos de promoción al final de temporada (de ascenso directo, ni se hablaba) era una posibilidad lejana, que se diluía en cada partido, más incluso por la falta de actitud que por los resultados. Vale que Segunda es una categoría muy igualada, con un calendario eterno y propensa a las rachas. Pero, ¿qué ha pasado para un cambio tan radical?
La respuesta es complicada porque el microcosmos de un vestuario es difícilmente comprensible para quien no tiene permitido el acceso, por más que uno hable con los jugadores. Está claro, en primer lugar, que la llegada del Pipo Baraja es un factor clave para entender por qué el equipo ha dado la vuelta como un calcetín. El técnico no sólo ha conectado con una plantilla que estaba en estado depresivo sino que también ha sabido comprender, con una rapidez inusual para alguien con tan poca experiencia en los banquillos, la dimensión deportiva y social del club, eso que los tertulianos previsibles llaman ahora "el entorno".
También es evidente que la muerte de Quini posibilitó la comunión de la plantilla con una afición desenganchada. Y que los fichajes invernales se han adaptado (o readaptado) sin problema, alguno con notable éxito. Además, hubo marchas por Navidad que facilitaron las cosas, por aquello de eliminar elementos tóxicos. Aún así, muchas de las claves de esta bendita resurrección quedarán siempre de puertas adentro, como debe ser. No sabemos hasta dónde llegará este Sporting, pero sí sabemos ya que luchará hasta el final por lo que tiene que luchar.
