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Catedrática de Organización de Empresas de la Universidad

¡Menos lobos, Caperucita!

Prácticas perniciosas en los másteres: a quienes quieren trasladar al todo lo que es responsabilidad de una parte

En las últimas semanas, los españoles hemos asistido horrorizados a algunas noticias que los medios nos mostraban en relación con un hecho lamentable acaecido en el epicentro del sistema universitario. Se ha discutido sobre lo que estaba sucediendo con los másteres, e incluso se aludía a ciertas prácticas a las que se concedió una serie de calificativos de carácter sumamente peyorativo.

Cuesta, no obstante, entender algunos aspectos. En primer lugar, se señalaba que el problema son los másteres. Es cierto que el problema saltó en uno de ellos, pero, al ir escuchando lo que se nos contaba, es difícil comprender por qué se sostiene que tales hechos no podrían haber afectado a un grado, a un antiguo curso de adaptación al mismo e, incluso, a la forma de favorecer a algunos profesionales del sector en contra de otros, simplemente por referirse a unos pocos ejemplos que protagonizan, en ocasiones, conversaciones privadas, así como ciertos debates públicos. Son tales ejemplos los que han hecho que en este caso el terreno estuviera previamente abonado. Aun así, la concentración del debate en los másteres no es lo más importante.

Por otra parte, y esto es realmente serio, en algunos casos se han realizado estas críticas calificando al todo por una parte, permítanme señalar que con cierta imprecisión. De hecho, la argumentación parecía ir en sentido contrario. Solo un ejemplo. Con los calificativos a las prácticas que se denunciaban en los medios, se hacía referencia a las presuntas presiones a algunos miembros de la academia de las que se nos ha informado durante las últimas semanas. Al margen de lo que finalmente se demuestre que ha sucedido en este caso concreto, evidentemente estas han existido y existen en el conjunto del sistema, así, por cierto, como en el conjunto de las instituciones: es la manera de ser de algunos individuos, desgraciadamente más de los que razonablemente son asumibles para una sociedad.

A este respecto, debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que no es el todo, que dichas prácticas parten siempre, sin excepción, de una parte, de personas concretas, con su propio DNI: se trata de presiones de unos individuos hacia otros. Es a estos personajes, y solo a ellos, a quienes deben exigirse responsabilidades del tipo que procedan. En el momento en que se sospeche de la existencia de cualesquiera prácticas perniciosas, deben abordarse con valentía, al considerar que, con ello, estamos posibilitando la igualdad de oportunidades de todos, al tiempo que permitiendo a los profesionales del sector desempeñar su labor en las circunstancias adecuadas, independientemente de que las presiones procedan de una persona de alto nivel jerárquico hacia otra de uno inferior, de grupos con cierta influencia externos a la institución o de particulares. Por una parte, debe ser así porque con ello se asegura la reputación del sector, esto es, ¡no nos engañemos!: a medio plazo, no hay otro garante de la imagen que la ética, además del cumplimiento estricto de la ley. En consecuencia, son aquellos que no ceden ante las presiones contra la igualdad de todos los miembros de la comunidad universitaria los únicos profesionales que, en la inmensa mayoría de los casos, las frenan, transfiriéndose a sí mismos los problemas, aunque sus actuaciones no sean tan mediáticas. Todos ellos, en tanto que víctimas, agradecerían que se les ofreciera un mecanismo de ayuda, también para contarlo, para facilitarles su servicio a la sociedad. Así, quedaría patente el apoyo de todos por su responsabilidad.

Y un comentario para quienes olvidan a este colectivo: ¿saben por qué esta gente se comporta así? Por sus propias convicciones, que, dicho sea de paso, no han salido de la nada, sino también del sistema educativo (entendido en sentido amplio, no solo ni principalmente el universitario), que, siempre en evolución, se ha ido perfeccionando a sí mismo durante más de cuatro décadas. Desde este punto de vista, yo quiero hoy romper una lanza por mis maestros y profesores, y por los de tantos otros. Por esos que nos mostraron que nuestras vidas no estaban delimitadas por el azar, sino que nuestro futuro dependería, principalmente, de nosotros mismos, Por aquellos de los que he aprendido el amor al trabajo bien hecho en un país tan cerrado al exterior que este problema apenas se consideraba. Por aquellos de los que he aprendido a crear, a buscar otros puntos de vista para cada cuestión, a pensar de otra manera para cada problema, a innovar, cada uno en nuestro ámbito y en la medida de nuestras posibilidades a cada edad. Por aquellos que con muchos esfuerzos nos ayudaron a desarrollar nuestro espíritu crítico, esa capacidad de cuestionar los principios, los valores y las normas que nos ofrecía en cada momento el entorno en que nos desenvolvíamos. Por aquellos que nos enseñaron a creer en nosotros mismos, sobre todo en nosotras mismas, que nos demostraron, a partir de pequeños detalles y sin estridencias, hasta dónde éramos capaces de llegar, el potencial que llevábamos dentro. Y tantas cosas más?

Es a ellos, solo a ellos, a los que tanto debemos. Eran gente de todo origen, de todo credo, de toda personalidad, pero unidos en estos objetivos comunes. Eran conscientes de las dificultades, pues sabían que amplias capas de la sociedad no iban a apoyar, ni siquiera entender, esta labor. Y no desfallecieron a pesar de todas ellas, que no fueron escasas. Eso fue lo que yo viví cuando era una niña, siendo una adolescente (y otros más). Sé que, entonces, no estaba generalizado. Podría añadir que no era mayoritariamente así, quiero decir que tampoco su sociedad: no debemos olvidarlo. Aunque puedo añadir que no estaban solos. Eran una parte más de una red invisible que supo apoyar el crecimiento de toda una generación. Por ello, se merecen todo el respeto. No vamos a permitir que unos pocos, con unos comportamientos decididamente deplorables, borren su labor, ya no solo porque eso dañaría irremediablemente la reputación de nuestro sistema educativo, sino porque estos maestros y profesores merecen todo el reconocimiento y han sido mucho más relevantes para todos nosotros que sus colegas previamente referidos.

¡No, por ahí no entramos! Así que, a aquellos decididos a trasladar al todo lo que es responsabilidad de una parte: ¡menos lobos, Caperucita!

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