Considerar el envejecimiento como un problema de la sociedad asturiana, y además acuciante, es un pésimo enfoque. Muy al contrario, prolongar al máximo y en las mejores condiciones físicas y psíquicas la existencia de cada habitante de esta tierra constituye un logro histórico. Asturias cuenta con una de las mayores esperanzas de vida del mundo. Sería de idiotas convertir en algo negativo lo que supone una noticia extraordinaria. Sólo hay que adaptarse rápido a esa realidad, anticiparse a sus consecuencias sociales y ofrecer a la cúspide de la pirámide demográfica los servicios que demanda. La mayoría de las personas longevas de hoy son capaces, no dependientes, y el embrión de un nuevo sector económico.

El 20% de los asturianos, 250.000 personas, supera los 65 años. Si se cumplen las previsiones, en 2021 serán 270.000. Y 300.000 una década después, uno de cada tres habitantes del Principado. Las mujeres viven aquí, por término medio, hasta los 85 años. Los hombres, hasta los 79. En ambos casos se trata de una de las esperanzas de vida más elevadas de la UE y del mundo. Algo tendrán que ver en ello la calidad y la excelencia de esta tierra. Los jubilados residen en un porcentaje parecido en entornos rurales (41,5%) y urbanos (58,5%). El entramado de pequeñas villas asturianas aporta una ventaja extraordinaria para acercar las prestaciones a lugares recónditos.

Este grupo demográfico llega a edades avanzadas en unas condiciones saludables por el espectacular progreso de la medicina preventiva y los servicios sanitarios. Su perfil en nada se parece al desfasado cliché de los abuelos de hace unos lustros, apáticos y consumidos por una dura trayectoria laboral de inmenso desgaste y cuidados escasos. La mayoría de los jubilados, ni pasivos, ni sedentarios, prefiere continuar afincada en su hogar y conservar la autonomía personal. Puede hacerlo gracias al despegue de las redes de protección y porque llegar a la senectud en la actualidad no equivale, ni mucho menos, a instalarse en la dependencia, dos términos que se confunden por desgracia con demasiada frecuencia.

Casi el 80% de las personas mayores cuenta con vivienda en propiedad, un activo importante que denota su condición ahorradora, y con pensiones que son aquí, por las altas cotizaciones, superiores a la generalidad del país. Estamos ante una nueva clase social que no por finiquitar su vida profesional pierde intereses. Al contrario, los multiplica, y sigue integrada plenamente en su tiempo, atenta a las nuevas tecnologías con las perspectivas inéditas que la conectividad total alienta. El cambio ha sido espectacular. En 2007, sólo el 22,8% de los asturianos entre los 55 y los 65 años usaba internet. En 2016 ya era el 64,5%. Y entre los 65 y los 74 años ese porcentaje pasó del 5,3% de ese segmento al 36,4%.

El Principado presentó este viernes su Estrategia de Envejecimiento Activo, bautizada con el pegadizo acróstico de "Estrena", de la que están extraídos estos datos. Una declaración de intenciones para esbozar la posibilidad de promover una "economía de plata" con innovación e investigación, telemedicina, ofertas de ocio y turismo, servicios de apoyo comunitario, alternativas de aprovechamiento del talento y la experiencia del capital social maduro, y creación de viviendas cooperativas y sin barreras.

La abandonada ciudad residencial de Perlora, por cierto, parece un escenario idóneo para experimentar un proyecto piloto en este campo, aunque seguramente la implacable y absurda burocracia acabaría impidiéndolo. Bien está identificar lo que pasa antes de actuar, pero el plan adolece de medidas concretas y debería conducir hacia alguna parte. Recopila iniciativas diseminadas en consejerías y departamentos, aunque no pasa de ahí. El "comité de sabios" convocado para reactivar la región apuntó ideas sociosanitarias basadas en la gerontología. Sindicatos y empresarios también hablaron en la concertación de ello.

Asturias no representa una excepción. El envejecimiento es enseña de un país desarrollado. Un tributo al progreso. En un extremo está Japón, que ha robotizado la atención a sus ancianos. Muchos japoneses cuentan con máquinas como ayudantes que les ofrecen consejos, les efectúan tareas domésticas o les administran medicamentos, como en una película futurista. Francia propicia desde 2005, con deducciones fiscales de hasta el 50%, el surgimiento de un potente sector asistencial que genera más de 300.000 empleos.

Ya conocemos lo que va a ocurrir si repetimos pasadas actitudes contemplativas y ensimismadas ante la necesidad de cambiar. Coleccionar tomos de análisis y estrategias nunca aplicadas no sirve en la era digital ni para decorar los anaqueles. Hay que moverse y pensar políticas sencillas y claras que inciten este negocio y estimulen a su alrededor actividad: la industria de la vitalidad. Una parte significativa de la sociedad cumplirá, afortunadamente, muchos años. Construyamos todo a su medida cuanto antes.