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Soserías

El sacramento del máster

Tras la polémica por los cursos universitarios seguidos por algunos políticos

Ante la polémica suscitada con motivo de un máster no / impartido por una Universidad española, propongo, y apelo a mi experiencia de jubilado decrépito, que tales másteres dejen de considerarse un título académico para pasar directamente a ostentar la condición de sacramento.

Está en la más consagrada tradición escolástica, con santo Tomás a la cabeza (¡ahí es nada!), que el sacramento es una señal de cosa sagrada en cuanto santifica a los hombres y, claro es, a las mujeres. Sépase que el máster confiere -en cuanto sacramento- la gracia santificante, es decir, ex opere operato. ¿Se ve la importancia de que se luche por un máster, de que se llegue -por alcanzarlo y disfrutarlo- a la mentira y a la traición (como en la letra de un tango)? ¿y de que se busque con ansiedad el sacerdote apropiado que lo administre?

Porque, siguiendo con el sabio de Aquino, el sacramento es signo conmemorativo de lo pasado, demostrativo de lo presente y pronóstico de lo porvenir. Así justamente el máster que demuestra un pasado de curiosidad, un presente de laboriosidad y un futuro de hazañas políticas cuyos efectos solo ese futuro podrá desvelar, haciéndolo potencial y determinable. Uniendo pues la materia próxima y la materia remota.

Legitimado para administrar el sacramento no lo está cualquiera ¡faltaba más! Se necesita una consagración especial de manera que es nulo todo máster administrado por un ministro indigno, incurso en pecado mortal (p.ej., saber algo de la materia que enseña) pero también cualquiera que haya incurrido en irregulariades veniales o alguna forma herética o degradante (p. ej., dar sobresaliente a un pecador suspendido). A los protestantes les da igual todo esto porque para ellos lo trascendente es la buena disposición de quien recibe el máster, quiero decir, el sacramento. Pero nosotros estamos en contra de esos cristianos malignos, no en balde ganamos la batalla de Mühlberg y le encargamos el cuadro a Tiziano para que sacara a nuestro emperador bien lucido.

Quien recibe el sacramento / máster ha de hallarse en estado de gracia, es decir, estar al día en las cuotas del partido, y también no puede haber incurrido en indignidad notoria alguna, como sería el caso de quien aspirara a un máster en Ciencia Política y alguna vez se hubiera ocupado del bien común.

La consecuencia de la recta administración del máster / sacramento es la obtención de la gracia en sentido teológico. Gracia no quiere decir que el agraciado sea divertido, entretenido o sepa contar chistes de baturros, no; gracia, en este contexto, se refiere al influjo sobrenatural de la divinidad que consiste en la elevatio intrínseca que explicaron los Padres de la Iglesia (y también las Madres, no quiero alboroto del feminismo por esta bagatela) y que nos lleva nada menos que a las virtudes infusas y a los dones del Espíritu Santo.

Lo bueno de todo esto es que quien se acerca a recibir el máster (concebido como sacramento, tal como estoy defendiendo) y está indispuesto o incapacitado para recibir la gracia, en cuanto se libere de estas limitaciones, queda subsanado todo el procedimiento, como si dijéramos, validado el expediente administrativo. Es lo que llamamos los escolásticos y los teóricos del máster (que es lo que yo soy), la ficción con la que se activa la reviviscencia del sacramento, del máster.

Y ¡a vivir que son dos días!

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