Alimentar el frentismo es consecuencia de un localismo absurdo que, encastillado en la simpleza, no sólo no fortalece su singularidad sino que, al contrario, la empequeñece. Lo que tiene que hacer ya la Universidad de Oviedo es dejar de marear la perdiz y decidir de inmediato la sede de los estudios universitarios de Ciencias del Deporte y ahogar así la lamentable politización de un debate que debería ser estrictamente académico.
Por otra parte, este 2018 en el que habrá que decidir la ubicación del grado por el que pugnan Gijón y Mieres va camino de convertirse en el gran año del deporte gijonés. No se trata de echar las campanas al vuelo antes de tiempo ni de reeditar el cuento de la lechera, pero convengamos que después de celebrar el título europeo de las chicas del hockey sobre patines y la Copa del Rey de las guerreras del balonmano, tenemos al Sporting en puestos de acceso directo a la División de Honor del fútbol español y a su filial dispuesto también a dar el salto de categoría. A los juveniles rojiblancos en la final de Copa tras derrotar ayer al todopoderoso Barcelona, campeón de Europa de su edad. Al equipo de baloncesto en la fase de ascenso a la LEB Plata y a una exestrella de la NBA sentando cátedra en otro conjunto local del mundo de la canasta. A un gijonés recogiendo la Copa de Europa de balonmano como capitán de la selección española y a otro medalla de bronce en el reciente Mundial de croquet celebrado en Nueva Zelanda. A los que habría que añadir la callada pero efectiva labor de equipos locales en la élite de deportes minoritarios como el fútbol americano, el béisbol o el patinaje. Argumentos más que suficientes para poner la rúbrica universitaria.
