La pasada semana estuve pasando varios días en una gran ciudad, fuera de Asturias, y viví una experiencia que me ha impresionado y quiero compartir con todos mis queridos lectores, porque me ha dejado? conmovida y me ha hecho pensar mucho.
Iba yo en un autobús urbano y me di cuenta de que a unos metros de mí, apoyada en un andador, estaba una anciana que me miraba fijamente, insistentemente? La miré abiertamente y le sonreí con cariño, pues siempre los ancianos y las personas débiles me suscitan ternura y? ¡esa sonrisa fue el detonante!
A continuación ella me empezó a hablar y yo me acerqué para escucharla mejor; me dijo que se llamaba Celia y empezó a contarme que estaba sola, que vivía en una residencia de ancianos y me pidió que le permitiera besar mi Crucifijo, el que llevo en el pecho sobre el hábito. Por supuesto se lo acerqué y lo besó con verdadera veneración.
Nunca olvidaré el agradecimiento de aquellos ojos y sus lágrimas a continuación: es imposible expresar más gratitud y más dolor al mismo tiempo en una mirada, tanto que me resultaba difícil prestar atención a lo que me decía al mismo tiempo. Me conmovió tanto que le acaricié la mano y rápidamente ella me la tomó y ya no se soltó en todo el trayecto. Sin dejar de llorar y sin soltar mi mano me dijo: "¡Hace tanto tiempo que necesito agarrar la mano de alguien y no tengo a nadie?!". Estas palabras, sus lágrimas, y el tono en que las pronunció, me traspasaron el corazón y aún hoy siento lo mismo cada vez que las recuerdo.
Al llegar al final del trayecto le pregunté cómo bajaba del autobús con el andador y me dijo que bajaba sola, como podía, o esperaba a que alguien se compadeciera de ella y le echara una mano. La ayudé a bajar, le prometí no olvidarla en mis oraciones y le di dos besos con todo mi cariño y al besarla? sus lágrimas empaparon mis mejillas. Algo dentro de mí se quedó dolorido y hondamente compadecido. No la miré más, porque me faltaba valor al ver que nuevamente la había dejado esperando a que cambiara el semáforo, con su andador y su soledad, pero desde ese día rezo mucho por ella y por este mundo tan herido de soledad y de desamor.
A veces nos da vergüenza ser humanos y cariñosos, preferimos fingir que estamos demasiado ocupados para preocuparnos de lo que pasa a nuestro alrededor y ser cercanos y amables. Nuestro egoísmo nos impulsa a centrarnos en nosotros mismos y no sonreír. ¿Qué hubiera pasado si yo no hubiera mirado a Celia y no la hubiera sonreído?
Tantas cosas hermosas dejan de acontecer porque no damos amor, porque no nos damos a nosotros mismos? Los minutos de trayecto en bus con esta mujercilla anciana y frágil han dado lugar a tanto amor en mi corazón? No sé si yo a ella le di algún consuelo o le hice, finalmente, algún beneficio, pero ella a mí? ¡me ha enriquecido sobremanera! Me ha resituado en lo verdaderamente importante y valioso de la vida y me ha ayudado a relativizar esos "problemas" a los que damos tanta importancia y que no son para tanto. Me ha recordado que los verdaderos males de este mundo tienen su raíz en el desamor y el individualismo brutal que intentan que imperen en nuestra sociedad.
Pero sobre todo pensad que, durante unos minutos, el mundo fue un poquitín menos cruel y menos inhumano. Valoremos la fuerza transformadora de una sonrisa y de una mirada cariñosa y dejémonos de timideces absurdas.
Un abrazo fuerte y hasta el próximo viernes.